Nubes grises, una crónica de Juan Botana sobre una chica que canta en el tren

Nubes grises, una crónica de Juan Botana sobre una chica que canta en el tren

Como si pasara la vida deslizando una venganza planeada al nacer. Como nubes grises marcadas de gestos hostiles, desprecios y contratiempos nublando a diario el colorido paisaje de una estación de tren.

Fue cuando ella me cantó al oído.

Fue el sol, el buen tiempo, el calor… el frío… que arrugó su cara de niña. Porque cada quien está solo y ella estaba sola luchando… por la vida, sin saber por qué y no reconoce a nadie en el regreso a su casa con destino a Glew. Y yo tampoco. Yo tampoco la reconocí ese día o nunca más la volví a ver.

Aun así, todavía escucho su voz en los vagones de los trenes que salen por las tardes desde Constitución: disfónica, rasgada, triste, con el tiempo cada vez más parecida a la de Gaby Moreno en el video que tanto le gustaba ver, por momentos temblorosa por el cansancio, por el qué dirán, por la paga, por si la limosna será suficiente, por si alcanzara acaso para llevar un plato de comida a su casa para ella y para su abuela en un día de tantos repetidos a diario.

Fue cuando ella me cantó al oído.

A mí y a tantos otros, que también cansados, hacíamos el camino de regreso de nuestra rutina laboral con una canción…

Prepotente, suave, tierna. Invasiva, tímida, inconclusa, que nadie le había pedido, pero que cantaba igual aunque no quisiéramos y que algunos disfrutábamos cuando teníamos la suerte de encontrarnos con ella. A la gorra como los artistas callejeros, a voluntad como los diarios que te venden en los andenes por unas pocas monedas cuando deberían regalarlos, escamoteando las leyes donde la ley se confunde. A merced de la compasión de una mano solidaria que lave las culpas de muchos de nosotros.

Dulce al oído en el contrapunto con Arjona:

“Fuiste tú, de más está decir que sobra decir tantas cosas,

o aprendes a querer la espina o no aceptes rosas.

Jamás te dije una mentira o te inventé un chantaje,

las nubes grises también forman parte de paisaje.

Y no me veas así, si hubo un culpable aquí…

Fuiste tú”.

“Muchas gracias por haberme escuchado.

Espero les haya gustado la canción.

Para los que puedan colaborar les paso la gorra. Está un poco sucia, pero no se preocupen, las manos de muchos de ustedes también.

Mi nombre es Charo.

Tengo 11 años.

Mañana cumplo 24”.

Lo decía segura, con la voz menos temblorosa que antes. Como habiéndose sacado un peso de encima aunque sea por un rato, pero igual de rasgada. Como sabiendo que la vida pasaría más rápido cantando la misma canción en los vagones de un tren: en voz baja, al oído, susurrando. Como flores que se abren con el sol, aunque lo tapen las nubes, cuando la infancia interrumpida de una niña por el rouge de su boca se desola mujer.

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