Pasajes de la presentación de mi libro “Sin ojos que los miren” e “Intemperies” de Facundo Chanourdie en el CMA.
SIN OJOS QUE LOS MIREN
unos ojos claros posados en ellos.
Ni el calor noviembre
de una lluvia intensa por decirlo así.
Tuvieron la sombra
de un beso mojado secando un te quiero.
Sin ojos que los miren
cuesta más seguir.
PRÓLOGO DE INTEMPERIES
Hay cierta tendencia a pensar la expresión poética como subjetividad, como expresión del ego. Entonces la poesía quedaría oscilando entre la sentimentalidad y el narcisismo. Sin embargo, pienso que lo importante de la poesía es esa posibilidad de pasar del yo a la intemperie. Y esa es justamente la propuesta del libro Intemperies de Facundo Chanourdie. Donde el lenguaje de la poesía se aparta del orden del yo y remite más a un flujo que está circulando por afuera y que tiene que ver con la observación y con el mí.
Un libro plagado de preguntas y sospechas: ¿dónde están los seres humanos?, ¿quién es el juez?, ¿puedes ver el cielo?, ¿es el día mismo, que llama a estos pájaros para que anuncien el ocaso?, ¿a dónde va ese tren nocturno?, ¿cuántos mundos has visto?, ¿cómo salir de las ruinas y pintar sus colores?, ¿qué será de los vientos sin tu espíritu perdido?, ¿qué será de la luz del sol sin tu canción de madrugada?, ¿construirá una metáfora con el agua?, ¿habrá algo debajo de esa nube de bruma, en la puerta que se abre en la lluvia?.
En Intemperies hay poemas dedicados: al vacío del mundo, al cielo, a las Madres de Plaza de Mayo, a las máquinas y en especial a los trenes, al barrio de La Boca, a Aníbal Troilo, a Quinquela Martín, a Túpac Amaru, a Pablo Neruda, al Che, a San Martín, a Evita, a Discepolín, a Maradona, a un Quijote de metal, a George Floyd, a los desaparecidos, a los muertos del 16 de junio del ‘55, a Spinetta, al espacio y a la intemperie, entre otros.
Y quizás donde más se luce es en los poemas a George Floyd, a la intemperie y a Spinetta. “Pasarás como un cometa” es una maravilla.
Chanourdie parece entender que siempre es mejor plantarse ante las injusticias o el silencio. Son poemas que fueron leídos en voz alta antes de ser publicados. Provienen de un lugar en donde lo malo o lo feo resurge con belleza. Tratan de cantarle a la potencia de lo que vemos más allá de nosotros, para alertar a otros sobre lo que sucede y sacudirnos. Pero es una opinión, nada más.
El libro me gusta porque me gustan las preguntas, la observación social, la metáfora ubicada donde no debería, la poesía. Espero que a ustedes también, cuando lo lean.
“Cuando las hojas sean el paisaje en donde encontrarte, espero tener una charla contigo algún atardecer”.
COMIENZO DE BOCA DE LOBOS
Hablaba solo. Así lo encontró su padre, sentado en el furgón del camión de mudanza, mirando con ojos sin retorno la casa donde vivían, como si nunca más la fuera a ver. La casa, que en realidad era un departamento en planta baja sobre la calle Gurruchaga, se borró de su memoria por completo por un tiempo, al menos hasta hoy.
Pero a la distancia todo se ve distinto.
Nunca más estaría su abuela Roxana asomada a la ventana charlando con cuanta vecina pasaba por allí, alargando las tardes en la primavera callada del ‘79.
Ni Mariela arrancándole los pelos a cuanto “negro”, como decía ella, pasaba por la puerta corriendo a su hermano, Ricardo, con el afán de obligarlo a seguir jugando a las escondidas. Un juego -que por contar siempre él- había dejado de divertirlo y por eso escapaba.
LA TIERRA ENCARNADA (a George Floyd)
Tierra,
esas raíces que recorren el mundo,
ese color humano que lleva la tierra encarnada;
el principio de la historia,
el origen de la voz
que llevaron la profundidad del grito,
desde las mazmorras
al góspel,
desde las bodegas de los barcos
a la diáspora de las cuerdas vocales
que suenan en los vientos de la especie;
las trompetas anuncian los funerales
las popas fúnebres de la guerra,
las sogas de donde penden sus cuerpos,
las llamas de la hoguera que suben por sus pies.
Hasta aquí Floyd,
hasta aquí llega el grito de las calles
que piden por justicia,
¡no habrá paz gritan!
tú llevas el grito desesperado de la historia,
lo llevarás por siempre;
desde las cárceles,
te gritan,
desde Harlem
hasta el África central,
desde Memphis
a Misisipi;
llevarán tu nombre
por toda América,
todas las voces sumergidas,
que te dicen
y te pronuncian.
Mandela invoca tu nombre
¡desde su encierro de 36 años!
Malcom X,
con su grito visceral de sangre negra,
I Have a Dream,
gritó
¡Luther King desde el estrado!
pero no podemos llorar más,
no podemos dejar que nos embargue la melancolía,
¡aunque Trump amenace con sacar la Quinta flota!
no Floyd,
no nos callamos más,
hermano.
La paz será,
la sangre será por una vez de ese color negro,
que no para de esparcirse en la tierra,
cesará de una vez ese martirio
que ronda por las casas,
que se huele en el aire
cuando las capuchas blancas enarbolan cruces de fuego,
¡si son los jueces!
los magistrados que escupen sobre los libros,
¡Es el mismo Trump que muestra su biblia ensangrentada!
¡Basta es basta!
gritó la hermana negra,
con toda la vehemencia de la voz,
desde las entrañas,
desde los barcos,
desde las mazmorras,
las cárceles,
las hogueras,
las ahorcas,
desde el mismo piso el hermano Floyd
¡Grito basta!
Desde allí siempre
es que nos levantamos,
desde el piso,
la verdadera fuerza,
la que sentimos
cada vez que vemos
un hombre caído en las calles,
una mujer ensangrentada
a la sombra del poder,
desde allí sacaremos la fuerza,
para gritar
por ti Floyd,
¡para gritar basta!
LOCO CORAZÓN
Al final los molesto a todos con mi bombo. ¡No sé para qué lo traigo! ¡Si ni siquiera lo sé tocar! Ustedes vienen de trabajar, preocupados con sus cosas. Seguro que están cansados, quieren volver a sus casas lo más rápido posible. Y yo acá, lo más cómodo, sentado, ocupando dos lugares en el vagón del tren.
Yo le digo que se corra:
–¡Correte, che! ¡¡Corre-e-te! –pero él no se corre, no me hace caso.
Tengo ochenta años y me da vergüenza contarles lo que les voy a contar.
Pero nunca tuve una novia.
Se ve que a las mujeres no les gustan los hombres de mi edad, y mi canción desafinada.
Que de tanto cantarla solo, se volvió bolero. Un bolero triste y pegajoso. Monótono.
Se ve que ya no les gustan los boleros a las mujeres de mi edad.
–¿Qué opinan, mis amigos? ¡A las más jóvenes, quizás sí! Pensar que de chico me seguían las gurisas y yo me les escapaba. Y ahora que estoy grande ya no me quieren, porque soy viejo, porque no tengo plata.
Porque a las mujeres les gusta presumir.
–Ja, ja, ja… ¡Me entienden, no!
(Nadie le contestaba, ni siquiera le hablaba a alguien en particular. Tenía la mirada fija en la ventana de enfrente, porque la palabra Talleres de la Estación de Escalada era la única imagen que se movía entre tanta apatía. Y él necesitaba que un pedazo de vida se moviera en ese instante)
-¿Saben qué?
Mi amor no es impotente. Se vino viejo de tanto amar… sin suerte, sin saber a quién.
¡Tengo hambre!
Y no tengo plata para comer. Por eso pido.
Lo único que tengo es este bombo, que no se corre.
Y mi canción cada vez más desafinada.
Al final, con los años estoy peor…
¡Me entienden, no!
(De pronto, se paró y volvió a decir…)
-¡Tengo hambre!
¡Tengo hambre!
¿Pero qué estás diciendo, Evaristo?
¡Escuchate!
¡Escuchate!
Si estás hablando como si fueras un hombre.
Y yo no soy un hombre.
Soy un pájaro.
Un pájaro que silba.
Un pájaro que silba en los vagones del tren.
Un pájaro que silba en los vagones del tren,
esperando,
que una ruiseñora le ofrezca
“la manzana partida
de su loco corazón”.
PASARÁS COMO UN COMETA (a Luis Alberto Spinetta)
Cuando pueda descifrar el sentido de las cosas,
cuando pueda encontrar el espacio suficiente en
el alma
para guardar los párrafos más sublimes de tu obra,
cuando las hojas sean el paisaje en donde encontrarte,
espero tener una charla contigo algún atardecer.
En ese momento
sabré que cada palabra que digas será una obra de arte,
cada movimiento de tus manos
una pincelada,
un trazo del futuro,
ese que estás transitando
en el espacio.
Y las gotas serán azules,
la lluvia brotará de tus ojos,
tu pelo desplegado en las copas de los árboles,
y tu cuerpo y alma,
serán el canto de los pájaros.
Todos nos detendremos a mirarte pasar
todos juntos escucharemos tu nombre,
saldremos en busca de esos caminos
de esos peces que nadan
en un valle seco de la luna…
Allí te vamos a esperar,
vamos a escuchar el sonido de las horas
esas que no transcurren
como la gota blanca que cae de tu ojo,
como la sombra de un sueño…
Pasarás traslúcido por el firmamento,
te veremos al fin de cada siglo
deambular como un cometa,
ese que nunca llega a la tierra,
ese que nunca se apaga.
NUBES GRISES
Como si pasara la vida deslizando una venganza planeada al nacer. Como nubes grises marcadas de gestos hostiles, desprecios y contratiempos nublando a diario el colorido paisaje de una estación de tren.
Fue cuando ella me cantó al oído.
Fue el sol, el buen tiempo, el calor… el frío… que arrugó su cara de niña. Porque cada quien está solo y ella estaba sola luchando… por la vida, sin saber por qué y no reconoce a nadie en el regreso a su casa con destino a Glew. Y yo tampoco. Yo tampoco la reconocí ese día o nunca más la volví a ver.
Aun así, todavía escucho su voz en los vagones de los trenes que salen por las tardes desde Constitución: disfónica, rasgada, triste, con el tiempo cada vez más parecida a la de Gaby Moreno en el video que tanto le gustaba ver, por momentos temblorosa por el cansancio, por el qué dirán, por la paga, por si la limosna será suficiente, por si alcanzara acaso para llevar un plato de comida a su casa para ella y para su abuela en un día de tantos repetidos a diario.
Fue cuando ella me cantó al oído.
A mí y a tantos otros, que también cansados, hacíamos el camino de regreso de nuestra rutina laboral con una canción…
Prepotente, suave, tierna. Invasiva, tímida, inconclusa, que nadie le había pedido, pero que cantaba igual aunque no quisiéramos y que algunos disfrutábamos cuando teníamos la suerte de encontrarnos con ella. A la gorra como los artistas callejeros, a voluntad como los diarios que te venden en los andenes por unas pocas monedas cuando deberían regalarlos, escamoteando las leyes donde la ley se confunde. A merced de la compasión de una mano solidaria que lave las culpas de muchos de nosotros.
Dulce al oído en el contrapunto con Arjona:
“Fuiste tú, de más está decir que sobra decir tantas cosas,
o aprendes a querer la espina o no aceptes rosas.
Jamás te dije una mentira o te inventé un chantaje,
las nubes grises también forman parte de paisaje.
Y no me veas así, si hubo un culpable aquí…
Fuiste tú”.
“Muchas gracias por haberme escuchado.
Espero les haya gustado la canción.
Para los que puedan colaborar les paso la gorra. Está un poco sucia, pero no se preocupen, las manos de muchos de ustedes también.
Mi nombre es Charo.
Tengo 11 años.
Mañana cumplo 24”.
Lo decía segura, con la voz menos temblorosa que antes. Como habiéndose sacado un peso de encima aunque sea por un rato, pero igual de rasgada. Como sabiendo que la vida pasaría más rápido cantando la misma canción en los vagones de un tren: en voz baja, al oído, susurrando. Como flores que se abren con el sol, aunque lo tapen las nubes, cuando la infancia interrumpida de una niña por el rouge de su boca se desola mujer.