Un descuido, un perrito salvador y un misterio de cinco décadas
Un 20 de marzo, cuatro meses antes de Inglaterra ’66, el trofeo desapareció. Estuvo perdido una semana pero debió esperarse medio siglo para conocer a su verdadero ladrón.
La primera parte de esta historia nos hace viajar hasta Londres, 57 años atrás, más específicamente a una exposición de filatelia en el Methodist Central Hall de Westminster, en las cercanías de las Casas de Parlamento británico. Allí está la Copa del Mundo. Llamada Jules Rimet por el presidente de la FIFA que ideó los Mundiales, el primer trofeo original de la cita más importante del fútbol yace en un cubículo rectangular detrás de una vitrina. Nike, que antes de ser una marca de indumentaria y calzado fue la diosa griega de la victoria y después la criatura elegida para esculpirse en la primera Copa del Mundo, se despliega grandiosa por encima de un cartel que la presenta orgulloso en letras cursivas y, más allá del vidrio, al resguardo de dos custodios ingleses que cuidan su presencia.
El trofeo deslumbra por su belleza pero más por su aura histórica: ha sido levantado siete veces ya por los primeros cuatro campeones mundiales del fútbol. Uruguayos (1930 y 1950), italianos (1934 y 1938), alemanes (1954) y brasileños (1958 y 1962) exprimieron su juego al extremo para poder levantar, sudorosos y felices, el máximo galardón previsto por el deporte de la pelota a gajos. Hay quienes van a la exposición exclusivamente para ver a la Jules Rimet y otros que se enteran allí de su presencia. Se fascinan a lo lejos: la Copa -ha sido un requisito puesto por el presidente de la FIFA para cederla a la exposición, a cuatro meses del Mundial de 1966- debe ser custodiada las 24 horas. Pero la fascinación ante el principal atractivo de la exhibición filatélica no dura demasiado. Cierren los ojos por un segundo y ábranlos otra vez: alguien acaba de robarse la Copa del Mundo.
Antes de entrar en la segunda parte de esta historia, debe hacerse foco en el espacio que cobijó por algunas horas -sin dudas menos de las esperadas- a la Jules Rimet. Y es que el Methodist Central Hall de Westminster, un edificio de principios de siglo XIX, además de centro de conferencias y salón de congresos, es también y como su nombre lo indica una iglesia metodista. Una iglesia metodista que estaba abierta aún cuando la exhibición de filatelia estaba cerrada. Y, evidentemente, abierta aún cuando hubo algún desliz en la exhaustiva custodia del trofeo.
Aquí es donde, con la foto de la vitrina vacía recorriendo los diarios de todo el mundo, empieza a correr la gota gorda de sudor entre los agentes y sobre todo las autoridades de la Scotland Yard, la policía metropolitana encargada de la seguridad de la zona, conocida por los amantes de la literatura por las mil y una veces que fue burlada en sus erróneas hipótesis por la figura de un tal Sherlock Holmes. El sudor no se irá a la ligera: durará siete días, en los cuales un intento de rescate fallido los dejó sin el trofeo en sus manos pero con la detención de un tal Ted Betchley, quien pidió rescate por la Jules Rimet a cambio de 15 mil libras y terminaría siendo el único preso de esta historia: dos años, por exigir dinero con amenazas, aun tras haber declarado en su juicio solo ser un intermediario. Sin Sherlock Holmes, Scotland Yard no logró dar con el ladrón ni con la Copa.
La segunda parte de esta historia ocurre exactamente una semana después de aquel 20 de marzo en el que la Jules Rimet desapareció y su ausencia revolucionó Inglaterra y el mundo del fútbol. Quien encontraría el trofeo no entiende nada de eso. Solo jadea y gusta de pasear por Londres. Es uno de esos días en los que sale de paseo cuando ve algo inusual contra la rueda del coche del vecino. Agradeciendo que no se le dio por hacer pis contra aquel paquete envuelto en papel de diario, sí se le da por empezar a olfatearlo. Allí es cuando David Corbett ve la escena y saca sus conclusiones: su perro Pickles indagando en aquello que o bien puede ser la Copa del Mundo… o bien puede ser una bomba. Eso piensa. Por eso, primero duda, pero luego la curiosidad de Pickles lo contagia y comienza a desenvolver el paquete. “Rompí un poco el envoltorio por debajo y había una chapa lisa -le contó hace tres años a FIFA.com-. Seguí rompiendo alrededor, y aparecieron Brasil, Alemania, Uruguay. Volví a casa corriendo y le dije a mi mujer: ‘¡Creo que he encontrado la Copa Mundial!’”.
Más allá de las palabras de Corbett, el verdadero héroe fue el pequeño Pickles, que olfateó la Jules Rimet que nadie podía encontrar y, como era de esperarse, se convirtió en una estrella mundial. Llegó a tener su propio agente y hasta tuvo su papel protagónico en una comedia (El espía de la nariz fría), además de ser invitado de honor en múltiples programas ingleses, condecorado con una medalla y recompensado con comida para perros por un año. La de Pickles, sobre el que hasta se hizo una película ficcional, fue una vida intensa y feliz, pero breve: solo un año después de su hazaña, murió al ahorcarse con su propia correa persiguiendo a un gato. Está enterrado -con plaqueta de honor y todo- en el jardín de la casa que el propio Corbett pudo comprarse con las tres mil libras de recompensa que le entregaron tras el milagroso descubrimiento de aquel 27 de marzo de 1966.
No fue la Scotland Yard ni un perro detective quien reveló el misterio del robo. Fue el periodista Tom Pettifor del periódico británico Daily Mirror y hubo que esperar 52 años. Según el autor de la investigación, un criminal llamado Sidney Cugullere -con la ayuda de su hermano- fue quien realmente materializó uno de los atracos más famosos de Inglaterra y del fútbol. Y lo más curioso es que no fue por el dinero. Según le contó el sobrino de Cugullere al Daily Mirror en 2018, Sidney robó la copa “por la emoción” y ni siquiera por lo que ganaría económicamente, sino porque en el momento le pareció extraordinariamente fácil. A fines del año pasado, el documental 1966: Who Stole the World Cup?, del Canal 4 del Reino Unido, arrojó más luz sobre el hecho: el ladrón en realidad había ido a robar una colección de estampillas valuadas en 50 millones de libras pero, al verlas custodiadas, llevó su atención a la Jules Rimet, que juzgó (correctamente) un objetivo mucho más fácil. Cugullere, que entonces tenía 39 años y murió a los 78 sin haber sido desenmascarado, se reveló fan del fútbol hasta el final: sin saber qué hacer con el fruto de su robo, lo que sí les aseguró a quienes conocían la historia es que nunca estuvo en sus planes fundir el valioso trofeo para cambiarlo por dinero.
El dato curioso es que, antes de que se descubriera quién había sido el verdadero ladrón, tuvo lugar un nuevo robo de la Jules Rimet, pero esta vez fue en Brasil y no hubo ningún cachorro capaz de salvar al mundo del fútbol. Fue en 1983, perpetrado entre otros por un joyero argentino y, aunque nunca se descubrió qué final tuvo la Jules Rimet, una de las hipótesis es que haya sido fundido en la joyería del argentino para cambiar su valor por dinero. Pero esa es otra historia.
El trofeo más anhelado del mundo terminó descartado a metros de la casa del perrito Pickles y ése sí sigue siendo un misterio. Por qué llegó hasta allí. Lo cierto es que Corbett, el dueño de Pickles, tuvo en sus manos la Copa antes que el histórico capitán inglés Bobby Moore. Y Bobby Moore, después de la Copa, levantó en sus manos a Pickles, el encargado de que hubiera trofeo, en la celebración durante la noche de la consagración. Pero el primer inglés que levantó el trofeo fue Sidney Cugullere y, a pesar de su fanatismo futbolero, resguardó su secreto hasta el día en que murió.
Fuente: Página 12