Para la intérprete, el texto de Pavlovsky continúa “habilitando preguntas frente a lo monstruoso, lo no ético, lo aberrante”. La dirige Norman Briski, en una puesta impactante desde lo estético. Además, brilla en “La persona deprimida”, de David Foster Wallace, dirigida por Daniel Veronese. Luego de confirmarse la muerte de la actriz, Página/12 recuerda la última entrevista de Onetto con este diario.
María Onetto dice que es “muy primitivo” lo que le sucede con la actuación. La considera “una actividad necesaria en términos de intercambio de energía” y también “la zona” en la que siente que puede “dar algo concreto a los demás“. Por eso la pandemia la puso inquieta. Pero descubrió otras motivaciones –como el silencio, el contacto con la naturaleza, la meditación– y en un momento se animó al streaming. Ahora está de regreso a los escenarios con dos unipersonales de una calidad notable: Potestad, con dirección de Norman Briski –por el que fue premiada con un ACE–, y La persona deprimida, con dirección de Daniel Veronese.
La actriz no es alguien que observe superficialmente lo que le pasa a ella misma o a los espectadores, o lo que pasa dentro de un espectáculo. Por eso actúa como actúa, por eso transmite lo que transmite, y por eso puede decir cosas como ésta: “Antes era muy novedoso lo que estas obras podían permitir pensar al público. Ahora, con la pandemia, siento que hay una zona que ya tiene deconstruida. Que el material no tiene que hacer tanta fuerza para producir la pregunta, porque el espectador ya viene conectado con las preguntas. Qué está pasando, quién soy, para dónde tengo que ir. Está menos temeroso de la pregunta y de no quedar fijo a algo”.
Es ya la tercera temporada del clásico de Eduardo “Tato” Pavlovsky cuya característica más famosa es la de generar cierta empatía con un hombre que se apropia de una niña en la dictadura. Una obra que todavía tiene mucho por decir y más aún con la puesta pensada por Briski, una verdadera renovación que incluye la “ocurrencia” –el término es suyo– de utilizar el teatro noh como estética y la elección de una única actriz para ponerle el cuerpo a una de las ficciones más significativas del teatro argentino. Las funciones son los domingos a las 20 en la Sala Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037). En cuanto a La persona deprimida, texto de David Foster Wallace, hay una característica que se replica: no es una obra para nada condescendiente con el espectador; es el vasto recorrido por el estado anímico de una mujer. Se presenta en El Picadero, los sábados a las 17.30 (Enrique Santos Discépolo 1857).
Teatro y pandemia
–¿Cómo estás viviendo la vuelta al teatro?
–Durante la pandemia tuve varios momentos. Fui una de las pocas que tuvo la suerte de poder trabajar en streaming, algo que nunca había probado, con La persona deprimida. Tiene una estructura como de conferencia, con un único cuerpo muy despojado, con una silla y una mesa. Resultó y en varios momentos hasta se vio potenciada; no así Potestad. Ni siquiera intentamos el streaming por su puesta tremendamente visual y atmosférica. Tuve varias idas y vueltas en relación a los momentos en que se pudo hacer (teatro) presencial y después hubo que volverse para adentro. Al público lo veo bien, sobre todo en este último tiempo. Veo una tranquilidad, entiendo que por la presencia de la vacuna y por el protocolo que fue siempre seguro. Está bueno comprobar que sigue siendo algo fuerte para el público, acá en Buenos Aires, el tema de ir al teatro. Me pone bien porque había dudas en relación a cuánto iba a tardar la gente en animarse a ir o a si el hábito iba a seguir presente.
–¿Qué sentís al estar de nuevo en un escenario?
–Muchas cosas. La primera vuelta fue impactante, sobre todo porque hago unipersonales que tienen rota la cuarta pared. Miro mucho a la gente. Y al principio veía a los cuerpos restringidos, formas de estar sentados en la silla, los cuerpos achicados. Me perturbaba. Pero después veía cómo cambiaban los cuerpos al final por el efecto transformador del teatro y estos materiales. Tenemos una oportunidad como sociedad, como país, para pensar la potencia que tiene el estimular la capacidad simbólica de la sociedad, que tiene como uno de los sectores principales al cultural. Todavía hay mucho por recorrer, pero la pandemia, con todo lo que nos obligó a ir para adentro, nos permite pensar un poco más, acerca de si el lugar de nuestros ritos, ceremonias, nuestra capacidad simbólica está lo suficientemente estimulado y considerado por los Estados. Mucha gente que no participa de esos ritos tal vez no lo hace por desconocimiento o ignorancia, no porque no quiere. Desconoce los grandes efectos que estos asuntos tienen. En cuanto a mí, es muy primitivo lo que me pasa actuando: es una actividad necesaria en términos de intercambio de energía. La zona donde siento que puedo dar algo concreto a los demás. Y me esmero por que sea algo valioso. No tenerla me tenía un poco inquieta.
–¿Cómo sobrellevaste el momento de parálisis de la actividad?
–Siempre cito una frase que fue la que más me orientó en la pandemia, del astrólogo Alejandro Lodi. Una pregunta: “¿Nuestra vida sólo tiene sentido cuando se confirman nuestros planes?” Me di cuenta de que mi vida podía crecer en sentidos aún sin tener mis planes como actriz o trabajos confirmados o ejecutados. Lo que hice fue tratar de dejar eso en stand by, como si quedara en un cuarto y le dijera a esa zona “bueno, cuando pueda te abro”, y ver que tenía otros cuartos para abrir. Tuve un montón, que espero que se mantengan en mí y que tienen que ver con lo simbólico. Se desarrolló mucho el estar en silencio, escucharme más, aprendí cosas de mantras, meditaciones, exploraciones más internas. Quedé muy unida a la naturaleza. Vivo en plena ciudad, tengo a unas cuadras el Rosedal y ese parque se transformó en una necesidad. Me di cuenta del poquísimo registro que tenía de la naturaleza. Y de todo lo que me daba y podía aprender mirando el cielo, los árboles. Tuve mucha consciencia del funcionamiento automático, de lo alienado en uno, la cantidad de horas que uno dedica a situaciones que tienen que ver con el trabajo o cosas por fuera de uno. Ahora hay que tratar de ver cómo conservar los aprendizajes.
–¿La pandemia imprime otro sentido a Potestad y La persona deprimida?
–Hay materiales que la pandemia puede intervenir; otros que estaban tan cerrados, vencidos, que no se pueden seguir haciendo; y otros que cuestionan certezas. Siento que las dos obras dialogan muy bien con la pandemia. La idea de vivir con certezas, con nuestros pequeños fascismos y fijezas, y no sospechar en ningún momento de la propia realidad, de si eso que estás creyendo es algo beneficioso para vos y tu comunidad… eso Potestad y La persona deprimida lo tienen muy adelante. Son materiales que se hacen preguntas y se las hacen al que mira. Briski incluyó a la pandemia: en un momento el personaje se pone un barbijo y hay un momento previo que antes no estaba en relación a lo que hace el personaje del músico al iniciarse la obra. Norman necesitaba incluir esas variantes. Antes era muy novedoso lo que las obras podían permitir pensar al público; ahora siento que hay una zona que ya tiene deconstruida. El material no tiene que hacer tanta fuerza para producir la pregunta porque el espectador ya viene conectado con las preguntas. Qué está pasando, quién soy, para dónde tengo que ir. Está menos temeroso de la pregunta y de no quedar fijo a algo. La vida siempre fue una intriga. No sabemos qué nos va a pasar en el próximo minuto, aunque jugamos a que lo sabemos, pero ahora la pandemia pone de relieve qué nos pasa con el no saber. Y cómo hacer para dialogar con esa incertidumbre, que no tengamos exclusivamente el goce de la certeza o que tener todo controlado no sea la única manera de sentir que algo está bien. Estoy interesada en la idea de que se haya puesto un freno, porque estábamos en un nivel de aceleración de nuestras propias producciones y maquinarias de una manera poco interesante. Produjo consecuencias tremendas la pandemia en aspectos muy íntimos, pero lo que éramos colectivamente… me resultó interesante lo que produjo el frenar.
Potestad
María Onetto dice que es “muy primitivo” lo que le sucede con la actuación. La considera “una actividad necesaria en términos de intercambio de energía” y también “la zona” en la que siente que puede “dar algo concreto a los demás“. Por eso la pandemia la puso inquieta. Pero descubrió otras motivaciones –como el silencio, el contacto con la naturaleza, la meditación– y en un momento se animó al streaming. Ahora está de regreso a los escenarios con dos unipersonales de una calidad notable: Potestad, con dirección de Norman Briski –por el que fue premiada con un ACE–, y La persona deprimida, con dirección de Daniel Veronese.
La actriz no es alguien que observe superficialmente lo que le pasa a ella misma o a los espectadores, o lo que pasa dentro de un espectáculo. Por eso actúa como actúa, por eso transmite lo que transmite, y por eso puede decir cosas como ésta: “Antes era muy novedoso lo que estas obras podían permitir pensar al público. Ahora, con la pandemia, siento que hay una zona que ya tiene deconstruida. Que el material no tiene que hacer tanta fuerza para producir la pregunta, porque el espectador ya viene conectado con las preguntas. Qué está pasando, quién soy, para dónde tengo que ir. Está menos temeroso de la pregunta y de no quedar fijo a algo”.
Es ya la tercera temporada del clásico de Eduardo “Tato” Pavlovsky cuya característica más famosa es la de generar cierta empatía con un hombre que se apropia de una niña en la dictadura. Una obra que todavía tiene mucho por decir y más aún con la puesta pensada por Briski, una verdadera renovación que incluye la “ocurrencia” –el término es suyo– de utilizar el teatro noh como estética y la elección de una única actriz para ponerle el cuerpo a una de las ficciones más significativas del teatro argentino. Las funciones son los domingos a las 20 en la Sala Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037). En cuanto a La persona deprimida, texto de David Foster Wallace, hay una característica que se replica: no es una obra para nada condescendiente con el espectador; es el vasto recorrido por el estado anímico de una mujer. Se presenta en El Picadero, los sábados a las 17.30 (Enrique Santos Discépolo 1857).
Teatro y pandemia
–¿Cómo estás viviendo la vuelta al teatro?
–Durante la pandemia tuve varios momentos. Fui una de las pocas que tuvo la suerte de poder trabajar en streaming, algo que nunca había probado, con La persona deprimida. Tiene una estructura como de conferencia, con un único cuerpo muy despojado, con una silla y una mesa. Resultó y en varios momentos hasta se vio potenciada; no así Potestad. Ni siquiera intentamos el streaming por su puesta tremendamente visual y atmosférica. Tuve varias idas y vueltas en relación a los momentos en que se pudo hacer (teatro) presencial y después hubo que volverse para adentro. Al público lo veo bien, sobre todo en este último tiempo. Veo una tranquilidad, entiendo que por la presencia de la vacuna y por el protocolo que fue siempre seguro. Está bueno comprobar que sigue siendo algo fuerte para el público, acá en Buenos Aires, el tema de ir al teatro. Me pone bien porque había dudas en relación a cuánto iba a tardar la gente en animarse a ir o a si el hábito iba a seguir presente.
–¿Qué sentís al estar de nuevo en un escenario?
–Muchas cosas. La primera vuelta fue impactante, sobre todo porque hago unipersonales que tienen rota la cuarta pared. Miro mucho a la gente. Y al principio veía a los cuerpos restringidos, formas de estar sentados en la silla, los cuerpos achicados. Me perturbaba. Pero después veía cómo cambiaban los cuerpos al final por el efecto transformador del teatro y estos materiales. Tenemos una oportunidad como sociedad, como país, para pensar la potencia que tiene el estimular la capacidad simbólica de la sociedad, que tiene como uno de los sectores principales al cultural. Todavía hay mucho por recorrer, pero la pandemia, con todo lo que nos obligó a ir para adentro, nos permite pensar un poco más, acerca de si el lugar de nuestros ritos, ceremonias, nuestra capacidad simbólica está lo suficientemente estimulado y considerado por los Estados. Mucha gente que no participa de esos ritos tal vez no lo hace por desconocimiento o ignorancia, no porque no quiere. Desconoce los grandes efectos que estos asuntos tienen. En cuanto a mí, es muy primitivo lo que me pasa actuando: es una actividad necesaria en términos de intercambio de energía. La zona donde siento que puedo dar algo concreto a los demás. Y me esmero por que sea algo valioso. No tenerla me tenía un poco inquieta.
–¿Cómo sobrellevaste el momento de parálisis de la actividad?
–Siempre cito una frase que fue la que más me orientó en la pandemia, del astrólogo Alejandro Lodi. Una pregunta: “¿Nuestra vida sólo tiene sentido cuando se confirman nuestros planes?” Me di cuenta de que mi vida podía crecer en sentidos aún sin tener mis planes como actriz o trabajos confirmados o ejecutados. Lo que hice fue tratar de dejar eso en stand by, como si quedara en un cuarto y le dijera a esa zona “bueno, cuando pueda te abro”, y ver que tenía otros cuartos para abrir. Tuve un montón, que espero que se mantengan en mí y que tienen que ver con lo simbólico. Se desarrolló mucho el estar en silencio, escucharme más, aprendí cosas de mantras, meditaciones, exploraciones más internas. Quedé muy unida a la naturaleza. Vivo en plena ciudad, tengo a unas cuadras el Rosedal y ese parque se transformó en una necesidad. Me di cuenta del poquísimo registro que tenía de la naturaleza. Y de todo lo que me daba y podía aprender mirando el cielo, los árboles. Tuve mucha consciencia del funcionamiento automático, de lo alienado en uno, la cantidad de horas que uno dedica a situaciones que tienen que ver con el trabajo o cosas por fuera de uno. Ahora hay que tratar de ver cómo conservar los aprendizajes.
–¿La pandemia imprime otro sentido a Potestad y La persona deprimida?
–Hay materiales que la pandemia puede intervenir; otros que estaban tan cerrados, vencidos, que no se pueden seguir haciendo; y otros que cuestionan certezas. Siento que las dos obras dialogan muy bien con la pandemia. La idea de vivir con certezas, con nuestros pequeños fascismos y fijezas, y no sospechar en ningún momento de la propia realidad, de si eso que estás creyendo es algo beneficioso para vos y tu comunidad… eso Potestad y La persona deprimida lo tienen muy adelante. Son materiales que se hacen preguntas y se las hacen al que mira. Briski incluyó a la pandemia: en un momento el personaje se pone un barbijo y hay un momento previo que antes no estaba en relación a lo que hace el personaje del músico al iniciarse la obra. Norman necesitaba incluir esas variantes. Antes era muy novedoso lo que las obras podían permitir pensar al público; ahora siento que hay una zona que ya tiene deconstruida. El material no tiene que hacer tanta fuerza para producir la pregunta porque el espectador ya viene conectado con las preguntas. Qué está pasando, quién soy, para dónde tengo que ir. Está menos temeroso de la pregunta y de no quedar fijo a algo. La vida siempre fue una intriga. No sabemos qué nos va a pasar en el próximo minuto, aunque jugamos a que lo sabemos, pero ahora la pandemia pone de relieve qué nos pasa con el no saber. Y cómo hacer para dialogar con esa incertidumbre, que no tengamos exclusivamente el goce de la certeza o que tener todo controlado no sea la única manera de sentir que algo está bien. Estoy interesada en la idea de que se haya puesto un freno, porque estábamos en un nivel de aceleración de nuestras propias producciones y maquinarias de una manera poco interesante. Produjo consecuencias tremendas la pandemia en aspectos muy íntimos, pero lo que éramos colectivamente… me resultó interesante lo que produjo el frenar.
Potestad
–¿Qué significa en tu carrera una obra como Potestad?
–Hay algo de honor para mí de hacerla y de hacer esta puesta. Jamás imaginé que me iba a pasar porque es un texto para un hombre, y todos sus elementos son novedosos para mí. No conocía mucho a Norman. Trato de honrar la situación en cada función. Soy muy atenta a que las funciones tengan siempre un nivel alto aún en sus diferencias, a que pase algo. Es como si Potestad confirmara algo que no sabía de mi camino como actriz: a qué quiero dedicar mi cabeza o mi cuerpo. Los quiero dedicar a materiales cuya primera movilizada soy yo. Estoy actuando Potestad pero muchas veces su texto y la puesta me invaden. Entro en una zona donde ya no controlo lo que pasa, quedo en estado de reverberación porque vi la luz que tengo en el cuerpo o me vi obligada a dirigir una frase que me hace pensar. Es muy lindo. Cuando el material es débil no me hace bien y siento que perjudico a los demás.
–Definiste a la actuación como un dar. ¿Qué te interesa dar?
–Quiero encontrar una situación de desestabilización y conmoción, pregunta, convocar energías sutiles de la gente, que estén presentes las mías, que no sea sólo un ejercicio racional o catártico o de drenaje de energía o exclusivamente de entretenimiento ir a ver teatro. Lo artístico, lo simbólico es transformador de lo real y lo concreto. Me ha pasado con obras, películas, cuadros. Tengo ganas de producir eso. También de mostrar un compromiso. Honrar a la gente que vino a ver la obra. Que reciba calidad. He visto espectáculos donde algo está mezquino, achicado. Son los espectáculos narcisistas: el público está para admirar una situación o fascinarse, adular a tal o cual autor, director, actriz. No quiero eso. Estoy interesada en una experiencia compartida, no lo digo demagógicamente. Es incómodo y aburrido que el espectador esté paralizado por el virtuosismo de algo o alguien. El mayor elogio que alguien me puede decir es “me dieron ganas de actuar”, no “¡qué bien que actuás!”. Ver teatro debería dar ganas de cosas. De pensar en ese tema, de escribir algo, ver otro espectáculo. Debería ser un movimiento de inspiración.
–Esta puesta de Potestad renueva un clásico. ¿Qué lectura nos habilita?
–Sigue habilitando la pregunta frente a lo monstruoso, lo no ético, lo aberrante. Los seres que realizan esas conductas, como puede ser el protagonista, tienen muchas semejanzas con los que los miramos y creemos que jamás cometeríamos esos hechos. Me resulta difícil explicar de qué habla Potestad, pero consiste en que hay una decisión ética en ser una buena persona. No es que te sale. Todo el tiempo estamos decidiendo qué no hacer, cómo comportarnos bien, cómo no ser miserables. Cuando tomamos otras decisiones que nos convierten en seres miserables, manipuladores, arruinadores de vidas eso también es una decisión, y muchas veces somos conscientes y lo seguimos haciendo. Potestad muestra eso: ese ser por el cual tuviste empatía durante la primera parte de la obra –te da lástima, te parece humilde, te hace reír– es monstruoso y abyecto. Esa dinámica de lo humano, esa complejidad, en una ceremonia que es de las más humanas que tenemos, sigue produciendo efectos. Además la obra toca temas permanentes en nosotros: tener hijos, una pareja, qué pasa entre un hombre y una mujer, qué actitud tenés frente a la frustración. Me gusta cuando la gente me dice que salió de Potestad y estuvo sin hablar por un rato con la persona con la que fue. Y veo a veces lo que pasa con el aplauso: no es sencillo terminar y aplaudir, porque quedaste con una experiencia interna. Tiene que ver con estos elementos, su tema, un tema que en la Argentina sigue dando tela para hablar, porque es tremenda la tragedia que vivimos. Es un gran texto teatral, con todos los elementos en su condensación para que vivas una experiencia teatral, de algo complejo, condensado, con las energías racionales, sensoriales, emotivas, sutiles, todas mezcladas.
–En estos tiempos de avance de una ola reaccionaria a nivel mundial, también Potestad parece tener algo para decirnos, ¿no?
–Claro. Los que no somos de derecha vemos todo el tiempo el armado, la construcción, el marketing de ciertos candidatos, que sin embargo consiguen conmover a una parte de la población y que los voten, que les crean, aún cuando no hay de su parte ningún hecho concreto para protegernos. Ese asunto de cómo eso se arma Potestad lo muestra en una hora. Y con un lenguaje cercano. Seguramente ese hombre, el protagonista, tiene dolor, pero eso no significa que no sea capaz de oprimir, de arruinar y considerar que sólo sus ideas son las valiosas. La idea de oprimir a otro, sacarlo de circulación, es el leitmotiv de la derecha. Fascismo total. Está muy vigente.
Feminismo en todos los escenarios
Recientemente Onetto participó de la versión teatral de Teoría King Kong que reestrenó en el Teatro Cervantes, con adaptación de Alejandro Maci. Se presentó bajo la forma de cuatro espectáculos independientes e interdependientes con los tópicos esenciales del libro de Virginie Despentes. Junto a Leticia Mazur, Onetto estuvo al frente de Porno Brujas, sobre el mundo XXX, los movimientos anti-porno y la doble moral existente en torno a la pornografía. “Lo disfruté mucho. La condición era que equipos femeninos llevaran adelante el trabajo. Me obligó a pensar en un tema que jamás había pensado. O tenía totalmente claro lo que pensaba sobre el tema; sin embargo algo del libro me hizo revisar mi pensamiento, desestabilizó esa fijeza”.
–Es la primera vez que una mujer encarna Potestad, le acabas de poner el cuerpo a un manifiesto feminista en el teatro oficial… ya es imposible ver teatro sin las lentes del feminismo, ¿no?
–Exacto. ¡Qué gran logro! Un logro gigante que la perspectiva de género esté atravesando a todas las clases sociales, que quede tan a la vista que esa lupa que puso el feminismo ya sea algo de lo cual participamos todes. El libro (de Despentes) tiene un lenguaje muy callejero, directo, a la vez una inteligencia muy brillante. Te pone la piel de gallina pensar que determinada cosa la naturalizaste y resulta que era una construcción histórica. Pavlovsky era un hombre muy indagador de su propio narcisismo masculino, muy crítico de eso. La principal angustia de ese hombre (el médico de Potestad) es que la mujer no lo mira como cuando tenía 25 años. Esa mirada que lo impregnaba de virilidad y masculinidad no existe más y eso lo está enloqueciendo: es de todos los días. En el texto, Despentes dice que el sexo masculino, el supuestamente fuerte, todo el tiempo tiene que ser cuidado, protegido, tranquilizado, tratado con precaución. Nosotras cuidamos y protegemos a un sexo que se muestra fuerte. ¿Por qué decimos que es fuerte y el nuestro, débil? Y ojo con señalarlo. También señala Despentes la imposiblidad de los hombres de reconocer sus vulnerabilidades y disfrutarlas. Falta todavía para que suceda, no sé si lo va a vivir esta generación, o nuestras nietas. Pero es un proceso en marcha. Una gran aventura. El feminismo es un movimiento muy honesto, revisa mucho sus postulados, los piensa y repiensa, no tiene líderes, no admite la guía de los feminismos, modalidades, singularidades. Es lo más revolucionario que nos está pasando.
Esta nota se publicó originalmente el 19 de agosto de 2021
Fuente: Página 12