Todo es de un gran mérito y cuidado. Las ventanas abiertas, el olor a perfume de jazmín, esa brisa suave, cálida que mueve las cortinas de vez en cuando.
Impecable el ambiente. Es de absoluta serenidad.
Cada tanto, un pájaro que canta dando los buenos días.
No cantan las cigarras, se fueron a dormir con el primer rayo de luz.
Es el turno de las aves entreteniendo con su destreza y canto lírico.
Las voces de los vecinos que parecen ser parte de esta mañana desde la casa contigua.
Risas de niños, retos. La mirada comprensiva y auténtica de las mascotas.
El perro siempre fiel a su amo, sentado al lado en el piso. El gato en las alturas, como marca su especie; vigila, está alerta a cualquier sonido que implique invasión de su territorio.
Empieza el día, el desayuno servido. Pareciera que comer es algo más, como bañarse o peinarse.
Pero no hoy, no está mañana en el que el tiempo se detiene y todo fluye con serenidad y armonía.
Hay silencio, un silencio amigo, qué solo interrumpen los pájaros cuando cantan.
Sigue cada tanto, la brisa entrando. Cómo entran los recuerdos: la niñez que está al otro lado de este inmenso espejo. Inalcanzable pero perdura.
Tibio el aire, las flores moviéndose.
Silencio, solo la voz de mi cabeza habla. Luego silencio, con un pájaro cantando del otro lado de la casa. Y las nubes, el sol que va regalando sus rayos de a poco.
Yo que tomo el desayuno lentamente, deteniendo el tiempo.
Pronto será media mañana, habrá pasado la mitad del día.
Es todo tan simple que emociona.
Las cortinas se mueven, entra la brisa.
Me detengo solo a contemplar la mañana, como si fuera un extranjero en tierras lejanas.