La celda. Por María Elena Gómez

La celda. Por María Elena Gómez

Vivo, merodeo la presencia de mi cuerpo, entre rejas, como un pájaro enjaulado.

¿Qué esperan de mí? No soy de aquí ni allá, pertenezco solo a mi libertad. Ella me hizo hombre, me convirtió en manso, bueno.

El hambre ha cortado mis alas, como ha cortado el pan de mañana en mañana.

Sentado a la vera del río, en mis llanuras, y desiertos, lugares bajos, altos.

El recuerdo se hace carne con la soledad de mi en este presente. El recuerdo.

¡Ay si no doliera! ¡Si no doliera! Pero se escabulle la sangre cuando recorro las letras en mis sueños. Vago se hace el retrato de mí mismo, en esa foto sacada por la mente, llamada recuerdo.

Quedan los antojos rotos, quedan las lágrimas de Rosita, o de algún otro, apoyadas en las mañanas otoñales del cerro, y la escarcha, cuando me vieron con vida.

El perfume a romance me viene a tocarme la adolescencia dormidaen mi tierra.

Remanso de mujeres lavando ropa en el agua de arrollo, y yo que me animaba a sus polleras, a las mangas mojadas de refregar la suciedad de los huelles que le quitaban su integridad.

El encierro, el cigarro encendido, se escuchan las cadenas. Un condenado más, uno más de tantos. Pronto el olvido, el adiós a la vida, a lo conocido. La muerte espera agazapada detrás de los muros, debajo de las leñas que queman el fuego y esté apagué el odio de otros.

Aquí el frío apesta. No hay frazada, ni lámpara, ni vela que rescate el calor de los labios de azucena.

¡Son bestias! No entienden de humanidad, no saben de lealtad.

Mi madre iba acarreando de pueblo en pueblo, comida para vender señor, agua para su sed, señor. La pobre mujer quiere llevar el centavo que le hará comer. Pero usted ¿Qué sabe? Sólo entiende de cuartel. Castigos a los que no piensan como usted.

Niños mueren de hambre de mes en mes, pero mi señor usted come todos los días. Bebé el fruto de la vid, pero los otros se le fue negada hasta el agua.

¿Cuánto va desde que estoy acá? Las horas no pasan. ¿Fue ayer? O ¿Será mañana?

Y el cuerpo que está sucio, delgado, casi sin aliento, no me queda ni pensamiento que pueda traer una revuelta, esas a lasque usted le teme.

Derechos, libertad y justicia. Hombres, niños y mujeres mueren todos los días, esclavizados por la carencia; pérdida de pensamiento nuevo, voces que opaquen el desamparo, la resignación.

No queda razón para que siga latiendo el corazón, debo de doblegar mi ambición, mi dolor, bajo sus botas señor.

De todos es la tierra, el aire, los mares. Porqué ¿no así su riqueza?

Pretende que se calle aquél que le habla, a punta de pistola, o de golpes debajo de la corbata, dónde se frunce el ceño, con cada golpe. Siendo este, como el galope de un caballo que atraviesa mi cuerpo dañado.

Y azucena, paseándose con su vestido color violeta, dejando ver el contorno de sus senos, mi madre tejiendo medias para el invierno. Yo escribiendo versos que no comprendo. Me viene solos, como un lamento.

Moriría por un beso de ella, aunque dejé a Rosita con sus lágrimas en la puerta de la iglesia, para que sus santos le curen, esa herida que mi amor le dejó abierta.

Mi madre sigue tejiendo para cuando me vea. Y yo, que no la veo, y yo que me lamento, lloro sin que ella me acune en sus brazos.

Pega el viento, es tiempo que pegue el viento afuera, que el caballo rechine.

Entonces por esas cosas que trae el aire, a Azucena se le levanta el vestido y deja al descubierto su frescura de primavera. La dulzura de sus caderas.

Extraño mi libertad. Sé que no me has dejado solo, en algún lugar estás, esperando por mis antojos.

Esta celda me convirtió en sabio de claustro, me inclino por no saber más de lo que he entendido. Quisiera ser abeja para vagar por las calles, y pasear junto a la marea, que sube de noche, cuando nadie puede verla.

Ver a mi madre por última vez, tocarle su cabeza, sentarme junto a ella, que sienta mi calor, mi olor. No fue en vano parirme, yo cambiaré su mundo. Daré mi vida para que se haga lo justo, acabando con la injusticia y la pobreza.

Mis manos son garras, capaces de arrancar de cuajo estas rejas, ir corriendo por las calles para darle esperanza a la gente. Todavía se puede. Hay un mundo distinto que espera.

Los pájaros no son todos iguales; sin embargo, reparten su comida, juntan migas y ramas de árboles, para hacer sus casitas. Nadie le reclama a nadie, es el derecho que tienen por ser libres. La libertad, es la opción para salvar a la humanidad de la guerra y la desigualdad. Pero estoy preso, tras mis rejas un día más, una noche más, aquí todo es igual. No hay migajas de pan, ni agua que sacie mi sed. Solo látigo, y cadenas que me amarran a la pared.

Written by:

2.697 Posts

View All Posts
Follow Me :

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *