Enigmático cuervo,
despliegas tus alas oscuras,
en un graznido profundo,
sombreando mi alma blanca,
pastando las bayas
de mis labios rosados,
corriendo por los montes
de mis senos trigueños.
Planeando libre
como el aire,
por las laderas escarpadas
de mi río purpurino,
aleteando en mi mirada,
anunciando el sol poniente.
Bogando por mi verde prado
tapizado de rocío
con tréboles blancos,
franqueas el umbral
de mi recinto sagrado.
Con delicadeza,
mensajero celestial,
en tu plumaje carbón,
con brillos azules
y matices morados,
atraviesas la nube
de la oscuridad,
para alcanzar
el alba de mi luz.
Envuelto en tu coraza
color de la nada,
encierras la fuerza
creadora del universo,
viajando más allá
de mi tiempo
y de mi espacio.
En el encuentro pardo
de tu vacío con mi infinito,
aflora mi punto de equilibrio,
en una dilatación
de pupilas negras.
Guardián de la magia
de mi vida, con perfume
a rosa azul de medianoche,
sólo tú, cuervo divino,
vislumbras los secretos
bermejos de mis latidos,
y el misterio velado
de mi destino.