El acto de escribir se va reflejando en mi persona, a medida que la escritora deja su zona de confort y sale a luz.
Ella va transformando el pasado. Lo trae hasta es presente, le da su mirada del hoy, lo empaqueta, lo adorna con palabras, frases que lo adulen.
Volviéndolo a su lugar. En esa búsqueda de encontrarlo y de encontrarme, hay algo de mí que se pierde.
Quizás sea la noción del que tiempo pasa y nada queda igual.
Esos ojos que miraban en ese entonces, no son los mismos que miran ahora.
Lo ya vivido cambia de perspectiva ante mi mirada.
A veces esa mirada con más sabiduría puede hacer que entienda a la chica de ese momento, otras veces pienso: debería haber sido más fuerte.
En todo caso soy a partir de la conjunción entre las dos: la chica y la escritora. Una llevó de la mano hasta aquí a la otra. Jamás la dejó sola. La acompañó como pudo. Pero lo hizo.
Ahora conviven en paz en el mismo cuerpo, alma, mente. ¿ Reproches? No hay, y si hubiera alguno, quedará para más tarde.
Desde Ciudad de Buenos Aires, Argentina