Sería imposible aunque desee, que leyeras estas líneas, no puedes. Tu tumba ya se yergue entre lúgubres lápidas ancestrales, cubiertas por el polvo del olvido. De los años trascendidos. ¿Alrededor de treinta y tres, serán?. Si la memoria no me falla, creería que sí. Pero en días como el de hoy, te despiertas de ese gran letargo, entre sueños y ensueños de un tiempo que no regresará. Y que siempre estarán allí, insertando los recuerdos en mi corazón indomable y mente pasional. Mi amada Ramona de canas plateadas por las experiencias vividas a lo largo de aquellos ochenta y siete años al instante de trascender.De tu partida sabida, pero no ansiada. Y es hoy que continúo necesitando de tus miradas, consejos y amor incondicional. Tus ojos celestes como faro alumbrando mi caminar, mis peligros, mis tribulaciones y mis debilidades. Tus manos arrugadas, dedos deformados por la artrosis y uñas aún tan largas como toda tu vida. Esas manos que peinaban mi renegrida cabellera, armando y desarmando peinados. Con mis cabellos negros atabas dos gruesas trenzas, que luego colgaba de un lado y otro de mi cabeza. Aquellas que mostraba honorable y satisfecha por donde circulaba. Sea los pasillos interminables de la escuela o la vereda de mi casa. Son memorias que llegan sin previo aviso, sin pedir permiso y que al propósito o no, me alegra que vuelvan con tu imagen perenne como un árbol. ¿Será de roble o de algarrobo?. Tu figura fantasmal se me acerca para abrazar mi existencia terrenal, la que aún esta encadenada y encarnada en este planeta. Como deseo que esté físicamente aquí, viendo que tarde o temprano mis sueños se fueron cumpliendo, con lentos y firmes pasos. Escribir. Escribir. Escribir. Solo eso escuchabas de mi boca, con la pasión de la vocación arraigada en mi voz. Esa voz aniñada de una pequeña de diez años infantiles:“Quiero ser escritora “. Y tu soñabas con mis sueños y creías que así sería, no dudaba de ello. ¡Me amabas!. Abuelita, madre, esposa, y mujer, la única que supo que necesite como, cuando y porque. Nadie más que tú, hoy aún nadie lo sabe. Tu hija ya esta grande, mi madre, que cuenta con ochenta y tres años, unos menos que tú, antes de marcharte a la casa grande. Justo cuando te vi por última vez. ¿Sabes Ramona?. Que han pasado tantas cosas en estos treinta y tres años. Llantos, emociones, desamores, errores, lastimas, nacimientos, alegrías y felicidad. Sí… Felicidades, ocho distintas formas de ser bendecidas por el universo, tal vez por Dios. O por aquellos dioses tan añejos, remotos como la Tierra e inmemorables en el Panteón de todos los Santos. Los que aguardan el epílogo, la revelación más allá del crepúsculo, del Apocalipsis llegando en blancos caballos montados por ángeles luminiscentes, surcando los siete cielos. No lo sé. Aún sigo atada a este suelo, por la inmensa cadena de plata de dichas y desdichas, de aciertos y desaciertos. ¡Abu! tu rostro brilla, se ilumina.Yen esta tarde la cuál te veo rodeada de luz, aquella que contornea tu espíritu sin necesidad de caminar, porque levitas en derredor a mí, en la nada. En el infinito que te protege y te alberga. Quisiera igual tenerte para abrazarte una vez más, para recitarte mis poemas y atravesar con mis leyendas por aventuras peculiares.Y observar a tus biznietos, ya grandes hombres y mujeres de bien, que nadan en este mar de crecimiento e ilusiones, brindándole sus frutos concebidos del amor. Tus tataranietos, mis aún pequeños querubines que van descubriendo la vida. Se que aunque tu cuerpo sea etéreo y sublime, entre brisas y rocíos de muchas mañanas, te siento. Si, siento tus caricias sobre mi cara corriendo el mechón que cae en mi frente al dormir. Ese aliento que me despierta pero que no me asusta, porque exhalas tu amor y cariño. La Paz me sobrecoge e inunda mi ser. Sé con ternura que la materia se pudre, entre los restos de madera y tierra, pero tu alma pulula por mis días y noches, durante todos estos años transcurridos,por mi vida. Cada tanto realmente quiero verte como en antaño, cuando tomábamos mate. Desde uno muy caliente hasta un rico tereré. Tú,acunando a mis primeros hijos, y yo embelesada e hipnotizada, por tu sabiduría y el poder que tenía tu amor por mí. ¡Esa postal! recuerdo vívido, tan íntima, tan mía. Quiero que en esta carta queden reflejadas tus huellas por este mundo. Esas que marcaron con grandeza, valores y códigos mi vida. Dejándonos tu legado, a mis hijos y nietos. A tu descendencia, simiente fuerte de guerreros y guerreras que lucharán por siempre con tus convicciones . Te amo y amaré hasta volverte a ver.
Desde Lomas de Zamora, Buenos Aires, Argentina