El filósofo, ensayista y poeta Santiago Kovadloff participó en el 2° Foro Consenso Bariloche.
Aquí, una entrevista donde el escritor realiza una lectura sobre lo que halló en Bariloche y analiza el presente del país.
–¿Por qué decidió venir y con qué sensación se va?
–Esta visita forma parte de la vida que estoy llevando. Recorro el país, intervengo en foros, discuto, trato de meditar con otros la situación de la Argentina. Mi viaje anterior fue a Formosa, que es un feudo, no está de más decirlo. Es uno de los lugares donde la perversión política ha llegado más lejos, y, a la vez, uno de los sitios donde la dignidad de la gente que encontré es más grande. Sufrida, resistente, generando una oposición que trata de ser una alternativa próxima de gobierno. Un lugar desgarrador y conmovedor. Aquí no hallé eso, por supuesto, pero encontré una amenaza, que es la representada por los apólogos de la violencia. No del derecho, de la violencia, porque el derecho puede ser debatido, pero cuando la violencia toma la palabra hay alguien que está condenado a muerte.
–Habla de cuando se utiliza la violencia para imponer un supuesto derecho…
–Exactamente. ¿Qué me trajo, entonces? Ese espíritu. ¿Qué me llevo de aquí? Un sentimiento muy lindo de patria, de reconocer a los argentinos a donde voy, de identificarme en ese espíritu de pelea, en el mejor sentido de insistencia en el civismo, en la república; estoy en casa.
–En su disertación, habló sobre la importancia del verdadero federalismo. En general, cuando alguien originario de otro lado llega al sur se encuentra con una problemática que no es nada más que un recorte en un costado del diario, sino que hay algo que está teniendo un peso cada vez mayor. ¿Lo ve así?
–Sí, absolutamente. Tengo la impresión de que el sur sigue siendo, en la Argentina, una de las zonas que, aún, en un sentido fundamental, está despoblada, en referencia a una integración más plena. Es decir, padece otras formas de aislamiento que las del feudalismo formoseño. Y es esta australidad que no alcanza, todavía, a vivenciar el país más que como reivindicación: “¡Yo soy argentino!”. Y donde la reivindicación es muy insistente hay una fragilidad que todavía palpita. No sé si ha terminado la, llamémosla, Conquista del Desierto. La posibilidad de integrar al país a través de un sur que lo refleje más plenamente. A veces, en los Estados Unidos o en algunos lugares de Europa, uno cambia de escenario y encuentra el mismo país. Por ejemplo, a mí me tocó, no hace mucho tiempo, visitar Arizona, en el oeste americano. Era provinciano en infinidad de aspectos. Realmente, se trataba del far west profundo. Pero era un Estado desarrollado, con toda la infraestructura que lo inscribe en una realidad nacional. Por supuesto, están los conflictos que llevaron a Donald Trump a ser un candidato de esos sitios postergados, pero me refiero a un desarrollo relativamente homogéneo.
–Recién nombró, metafóricamente, a la Conquista del Desierto. Sabe que, acá, mencionarla es casi mala palabra…
–Lo sé, pero creo que hay, en la idea del desierto, un concepto que vale para toda la Argentina, porque sigue siendo un desierto de nación, un lugar que está desamparado de constitucionalidad. Y, en ese sentido, vale el término; no hay que tenerle miedo, sino redefinirlo.
–¿Por qué cree que existe una identificación entre ciertos sectores mapuches –no se debe generalizar– y el kirchnerismo?
–La identificación se da a partir del concepto de intolerancia al otro, de la idea de victimización. El kirchnerismo ha capitalizado enormemente la desorientación y el desencanto generados por el proyecto revolucionario de los setenta, con su fracaso, y a esa melancolía, a esa sensibilidad, ellos –el kirchnerismo– volvieron a darle ínfulas de épica. Hay una épica detrás de la violencia reivindicada por este sector que se dice mapuche, y que tal vez en parte lo sea, que tiene que ver con la victimización. La idea de que uno tiene un origen que es fundacional, que crea el mundo, que no existe otra proveniencia previa, es errónea. Todos nosotros somos mestizos. Una nación como la nuestra, que proviene también de la enorme inmigración, tiene que saberse reconocer mestiza. Yo tengo un apellido difícil de pronunciar en la Argentina, no en México, porque el náhuatl es una lengua llena de consonantes, pero el hecho de preservar mi apellido como un signo de argentinidad, al lado de otro que se puede llamar Martínez, o de un tercero que se llame Taylor, me parece que nos une en una diversidad que es al mismo tiempo congruente, rica y todo un desafío.
–Usted se ha pronunciado varias veces contra el kirchnerismo, calificándolo como autoritario. A partir de lo que sucedió con el atentado a Cristina Fernández, ¿cree que el kirchnerismo puede tomar un nuevo impulso, que la situación lo propulse electoralmente?
–Es una tentativa que ellos, sin duda, a partir de este desgraciado episodio que tuvo lugar, están buscando. Necesitan ampliar su espectro electoral. Hasta ahora, las evidencias muestran que no lo han logrado. Han sembrado más inquietud y miedo que una ampliación electora eventual.
–Hace cuarenta años, escribió: “Buscamos, en suma, los medios y el modo que impidan que esta época difícil de vivir se convierta, irremediablemente, en un tiempo que nos disuada de pensar”. Quizá por diferentes motivos, pero la actual también parece ser una etapa donde el pensamiento crítico se encuentra en peligro…
–Sí, esa frase me parece vigente, pero no más que la insistencia en lograr que podamos enfrentar la dificultad con reflexión. La vocación cívica también se fortalece en la adversidad. Yo nunca tuve la convicción de que llegaríamos a donde me gustaría, pero sí que podíamos intentarlo…
–¿Y aproximarse a lo deseado?
–Sí, aproximarnos. El progreso es la capacidad de renovar nuestros problemas, ¿no? Tener nuevos problemas, no los de siempre. Y yo creo que la Argentina los está renovando, porque se está generando algo en la ciudadanía que no parecía muy marcado cuando volvió la Constitución, con Raúl Alfonsín. Con él, regresó la idealización de la democracia; en estos tiempos, retorna la convicción de que la democracia es esfuerzo.
Fuente: El Cordillerano