Alejandra, mito y leyenda de la literatura y poesía argentinas. Alejandra, inmensa, y todos
nosotros, subyugados por la lectura de tus poemas. Impactados por tu decir descarnado y auténtico. Por tu poesía. Y yo me pregunto: ¿es que a vos Alejandra Pizarnik nadie pudo ayudarte? ¿Nadie pudo salvarte del peor final? Durante bastante tiempo te leí con algo de aprensión, confieso. Es que hay tanto dolor derramado en tus palabras.
Inevitable sentir al conocer tus poemas un insistente grito de auxilio. Alejandra Pizarnik, tu
recorrido como poeta, tu recorrido a través de una vida trágica. De gran sufrimiento.
Inevitable sentir al leer tus versos tu no poder con la vida misma. Y tu desesperación, expresada
una y otra vez. ¿Nadie pudo dar con la palabra justa? ¿Con el cariño necesario para contenerte? ¿Con la ayuda sostenida que hubiese evitado la tragedia?
Ni tu psicoanalista, ni quienes te admiraban, ni quienes te amaban, ni tu amigo Julio Cortázar que
a adelantándose a los hechos te escribió aquella carta donde intenta hacerte reaccionar, donde te llama de manera apasionada a la vida. Nadie pudo hacer sonar esa cuerda interna que te despertara, que te ilusionara, que te invitase a torcer la mirada hacia la luz.
Habitabas un sitio oscuro del que las palabras te salvaron sólo por un tiempo. Te aferraste a un
perfil de poeta reconocida y ni aún así fue suficiente.
Una noche soñé que estabas junto a mí. Durante el día yo me había sumergido en pasajes de tu
vida, en tus poemas, en fotografías. En mi sueño tu mano rozaba mi mano. Estaba fría. Me mirabas con ojos apesadumbrados. Te miré. Nada nos dijimos. Te quedaste allí, casi inmóvil, fumando un cigarrillo tras otro, tocándote el pelo corto cada tanto. Tu mirada tenía un brillo extraño. No sonreía. Tan expresiva en tus versos tu rostro no transmitía emoción alguna. Un escalofrío recorrió mi cuerpo en mi sueño. Mi instinto me decía que algo muy malo pronto iba a suceder.
Me desperté sobresaltada y muy triste. Vos era Alejandra. Alejandra Pizarnik. Yo una simple
lectora de poemas. Y no puedo dejar de preguntarme: ¿Nada ni nadie pudieron salvarte? ¿Si ya habías dado señales de hasta donde podías llegar, nadie pudo ayudarte, contenerte, sostenerte?
Preguntas que seguramente nunca podrás responderme.
Silvia Susana Durruty
Sil Susana
Desde Ciudad de Buenos Aires, Argentina