Quiero acercarme más.
Se trenza casi descuidada
caía a un costado de su cuello.
Me miró como si yo fuera otro cliente.
Temprano había cruzado la frontera de la infancia
para enredarse en este mundo de estiércol y miseria.
Sin misericordia, sin perdones, sin amores.
La mortecina luz roja en la entrada
atrapaba almas ahuecadas.
Adentro la penumbra cómplice
intentaba vagamente ocultar el abismo,
donde las honras caen en el desvencijado catre.
Sin importarle a nadie,
sin que nadie se perturbe ni espante.
Adelita acomodaba su gastada muñeca
bajo el colchón.
Su pequeño cuerpo supo del placer ajeno.
Los cuerpos como los años, pasan anónimos.
Y ahora la vieja Adela cuida la entrada
bajo la roja luz que ilumina también
una gastada muñeca.