Mujer. Por Luz Ríos Iribarne

Mujer. Por Luz Ríos Iribarne

Hace años no iba a capital todos los días, pero sí seguido, y una semana que tuve que hacerlo bastante hubo cosas que me desencajaron de más. 

Un 7 de marzo viajé en tren. Como no estaba atada a un horario realmente ese día traté de buscar “huecos” donde viajara un poco mejor (o al menos no tan mal). En cualquier lugar, incluso caminando por la calle, puede producirse un roce involuntario, pero cuando una mano abierta roza el cuerpo ya es algo diferente. Me cambié de vagón tres veces, pero en todos los casos me pasó lo mismo. Ya estaban las leyes que “penaban” esto, pero no sirven de nada si todos celebran o desvían la mirada (y alzar la voz había quedado clarísimo que era algo que empeoraba las cosas). Bajé del tren volviendo a respirar (lo había hecho lo mínimo posible), pero los roces al cuerpo ya me hacían sentir descompuesta. Fui a comprar unas cosas y viví cómo por ser mujer, salvo que se tratara de “productos femeninos” había que aceptar que algunos hombres pusieran el cuerpo para pagar primero, aunque claramente yo ya estaba por hacerlo. Pero si por alzar la voz te abusan, por llorar te pisotean, así que seguí tragándome las lágrimas de ese día agotador. 

Comprobé que es una falacia decir “me ignoraron”, porque no lo hicieron. Cada vez que me empujaron, me tiraron el cuerpo encima, o casi me tiran al suelo por atropellarme, en cada ocasión, hubo una mirada de costado, para admirar lo conseguido. Tras un día así solamente podía pensar “no soy delgada, pero qué le pasa a una mujer más menuda en un día así?”. Así se terminó mi 7 de marzo. 

El 8 parecía tratarse de otro mundo. Me saludaron, me sonrieron, y hasta me dieron una rosa. Me cedieron el asiento, y aunque yo estaba segunda para pagar me dejaron pasar. Rechacé esta atención, pero insistieron. Volví a rechazarla y me miraron ofendidos. 

El 9 de marzo volví a tomar el tren. Fue peor que el 7. Porque el 7 de marzo había sido un día como todos los demás, pero el 9 era de venganza. Nos merecíamos esa revancha por las atenciones recibidas el día anterior. Esta vez también me tocaron, me empujaron, pero además me rozaron demasiado. El 9 sí ya tenía un horario, el tren iba más lleno, y por momentos llegaba a preguntarme si habían desarrollado telas que permitiera sentir que no había ropa de por medio.

Esta vez también cambié de vagón, pero fue igualmente inútil. Iba a dar un examen, y vi como había hombres que entraban, se reían, salían, mientras que a mí me pedían el triple (como a cada mujer). El viaje de vuelta fue peor que el de ida, aunque había llegado un punto en que me concentraba en “actuar”, en asumir que yo era algo inanimado, que no sentía todo eso. Fue el único recurso que se me ocurrió para resistirlo, o al menos para no desesperarme.

Había algo roto en casa, y volví a comprobar que las mujeres no tenemos derecho a ir a una ferretería, o a lo sumo “preguntale a tu papá o tu novio si esto le sirve”. “No hace falta, es para mí”. No me importa que sean vecinos. Hace años que no compro ahí.

Esto no es mera catarsis. Es un planteo basado absolutamente en la experiencia personal, aunque no por mí, sino por cada mujer que está expuesta desde el momento de levantarse de la cama (o incluso antes). No quiero esas atenciones cada día. No quiero que me cedan el asiento, o me regalen cosas porque sí. Solamente apreciaría que respetaran una distancia con mi cuerpo, entendieran  mi lugar en un fila, y se guardaran los comentarios para sus familias. Si yo no pude decirles esto en el momento, por qué no pueden escribir lo que se les pasa por la cabeza para evaluarlo después?

Pasado el #8M, otra vez, se ven posteos hablando de algo que no es el feminismo. Como dijo una conductora una vez, “Que se bañen, se depilen, y vayan a trabajar”. Pero todas las mujeres en la calle, en la marcha, mañana van a trabajar como siempre, aunque la marcha fue también por esa conductora que no hace mucho también se quedó sin trabajo. 

Sé perfectamente que esto no es diferente de lo que viven muchísimas mujeres a diario. No hay nada de extraordinario, pero ¿por qué? ¿Por qué esto no es algo digno de por lo menos un planteo? ¿Por qué seguimos con la idea de que deberíamos acostumbrarnos?

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