Lugares comunes. Por Ana María Figueira

Lugares comunes. Por Ana María Figueira

Mi abuela siempre decía que no hay peor sordo que el que no quiere oír, o mejor sordo, no sé bien. Que
ni de joven ni de viejo, sientes el culo en las piedras. Esto dicho en gallego, por supuesto.

Por eso yo, desoyendo los sabios consejos de mi abuela, me casé con un fulano que era sordo como un
muro y duro como una piedra. Si digo que es carnaval, apretá el pomo, era su frase más usada. Al que
nace barrigón es al ñudo que lo fajen. Jamás pudo cambiar y yo nunca pude soportar su soberbia.

Como no hay mal que dure cien años y no es oro todo lo que reluce, mi casamiento duró menos que un
suspiro.

Mi abuela también decía: siempre hay que tener una vela encendida, y no hablaba precisamente de
algún corte de luz. Por eso fue necesario prender una vela, no para un santo precisamente. Ese consejo lo
seguí al pie de la letra, a pie juntillas y al tentempié. Precisamente la prendí un día que estaba tomando un ídem. Lo vi y me dije: más vale pájaro en mano que cien volando y lo guardé en mi jaulita.

La vela era un cirio pascual, con un pabilo siempre encendido, inagotable, que al derretirse, derramaba
su cera sobre el platito de porcelana que lo sostenía, o sea yo. Así nacieron seis bellas y luminosas velitas.

Un buen día el pájaro o la vela o el nuevo fulano, partió como una cañita voladora en cielo navideño,
dejando una breve estela de humo, desparramándose en mil estrellas fugaces, perdiéndose en la
insondable oscuridad, no sin antes dejar chamuscadas mis ilusiones de eternidad. Cuando el río suena,
agua trae. Según mis amigas, debía haber escuchado los rumores del vecindario que me lo auguraban.

Al tiempo, ya mi abuela había abandonado sus decires por el Alzheimer y comenzó a tallar mi madre,
enarbolando su bandera: Siempre que llovió paró. Con esa consigna me lancé nuevamente al ruedo en
busca de un soberano que se hiciera dueño y señor de mis condados; porque a rey muerto, rey puesto, ella decía.

Inicié el recorrido con un bailarín de tango que, mucho ruido y pocas nueces, no me satisfizo. Qué tanta
milonga, me dije. Como soy muy sincera le canté las cuarenta, al pan pan y al vino vino. Se fue con el
rabo entre las patas y nunca más lo vi.

Allí pensé: no vuelvas a tropezar con la misma piedra y busqué en el ámbito deportivo. No me daban ni
pelota. Esperaban a una mina canchera y yo en canchas, tengo poca experiencia. No vi a Dios, ni a la
mano de Dios. Sólo de lejos, un día Maradona saludó a la tribuna y yo, casualmente, estaba allí.

Entonces me incliné por el arte de los sabores y comencé a recorrer el camino de los vinos. Tomátelo
con soda, decían mis amigas. Yo iba de degustación en degustación sin encontrar el bouquet justo.

Mucha agua pasó bajo los puentes y agua que no has de beber, déjala correr.

Me enganché con un panadero que trabajaba de sol a sol, menos los lunes. Entonces, si Mahoma no va
a la montaña, la montaña va a Mahoma y me instalé en la panadería. Era como tirarle flores a los chanchos. Al que madruga Dios lo ayuda, me decía, porque padecía insomnio. Yo le contestaba, no por
mucho madrugar amanece más temprano. La cosa es que, durante ese tiempo, no pude pegar un ojo y
vivía a salto de mata.

En mi búsqueda desenfrenada, me dediqué a la equitación. Agarrate Catalina que vamos a galopar. Me
regalaron un caballo y a caballo regalado no se le miran los dientes. Pero no soy liviana de cascos y nunca
pude aprender a montar. Quien mal anda mal acaba, ese fue mi final.

A esa altura ya estaba desesperanzada. Nunca digas nunca, me decían mis amigas. Quien busca encuentra, a mal tiempo buena cara.

Decidí hacerme un lifting y fui en busca de un actor. Dios los cría y el viento los amontona. Eran todos
cortados por la misma tijera. No toda palmera tiene palmito. Pura ficción.

Busqué otras variables y me volví pluralista. Conocí a más de uno, eran mellizos trapecistas en un
circo. Nunca digas de esa agua no he de beber. Pero el que mucho abarca poco aprieta. A seguro se lo llevaron preso y yo muy confiada. Levantaron la carpa y se esfumaron.

Una novia sin tetas, más que novia es un amigo decían mis amigos. Me hice las lolas para lucir mejor.

Fui en busca de un hombre con fortuna y conocí a un señor maduro y con dinero. Pero el diablo sabe más por viejo que por diablo. Era como un gato escaldado que le teme al agua fría, pensaba que el ahorro es la base de la fortuna y que el ojo del amo engorda el ganado. Siempre decía: cría cuervos y te quitarán los ojos. Nunca tuvo hijos. Me cansé de esperar, hierba mala nunca muere. Se murió un tiempo después. Al que Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos. Ellos lo heredaron.

No todo barco lleva a buen puerto, pensé. Tanto va el cántaro a la fuente que al fin se rompe. Todos los
caminos llegan a Roma. Piano piano se va lontano. Miré las cosas con más calma.

No hay que saber sino tener el teléfono de quien sabe. Tomé el toro por las astas y llamé a Carlitos, mi amigo de la infancia, para que me presentara un candidato. Agarrate del pincel que te saco la escalera,
dormí sin frazada. Gracias, le dije. Gracias hacen los monos, me contestó. Me conectó con un fulano que
me prometió el oro y el moro. Era sexólogo. Preparate el siete que nos vemos el ocho, así se presentó.

Cuando el río suena, agua trae, me dije. Salimos una noche. En casa de herrero, cuchillo de palo. No
siempre que hay humo, hay asado. Perro que ladra no muerde. Mientras más grande es, más fuerte cae.
Aunque tan mal no la pasé, cuando hay hambre no hay pan duro.

Mis bastas praderas fueron recorridas por caballeros de relucientes armaduras, exóticos partners y
bellacos con ingenio, seductores. El que se quema con leche, cuando ve una vaca, llora. Si habré llorado al
paso de cada Atila que me transitó. No quedó ni hierba para la pobre vaca que entró en un proceso de
desnutrición avanzada.

Fue allí cuando aportó mi padre. El buey solo bien se lame, me dijo. Por ese entonces tenía sexo virtual
con una señora colombiana que lo complacía. Aremos dijo el mosquito que iba sentado arriba de un buey.

Mi padre me enseñó el arte y el oficio de la comunicación sin comunicación, del encuentro sin encuentros, de la esperanza mínima para una mosquita que alguna vez soñó con candelabros dorados en reinados tropicales.

No hay mal que por bien no venga. Me compré una computadora con cámara incorporada. Sarna con
gusto no pica.

Donde va la barca, va Bachicha, dijo mi padre con sabiduría. Lo que es moda no incomoda.

Salga pato o gallareta, hoy el chat es mi pasión.

Lo bueno, si breve, dos veces breve… o algo así.

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