Pedro Bengoa, un ex sindicalista que comenzó a trabajar como dinamitero en una mina propiedad de una empresa multinacional corrupta, decide junto a Bruno Di Toro, su compañero de trabajo y viejo compañero de la lucha obrera, producir una explosión que parezca accidental y los dejes sepultados. Todo forma parte de un plan elaborado por el abogado Larsen, para simular luego que Di Toro perdió el habla y negociar así una indemnización con la empresa.
Durante la fallida explosión Di Toro se asusta y sale corriendo por lo cual pierde la vida, mientras que Bengoa queda aparentemente sin habla y se conecta con Larsen para seguir adelante con la simulación planeada. La empresa sospecha que se trató de una maniobra intencional, negándose a pagar la indemnización en primera instancia. Pero en el juicio se descubre un manejo turbio de fondos por parte de la empresa, y debido a esto, llega a ofrecer 500.000 dólares a Bengoa, lo cual Larsen le aconseja aceptar. Sin embargo, el ex sindicalista cambia de opinión, y decide entonces llevar el conflicto hasta sus últimas consecuencias y exponer ante la justicia la corrupción de la empresa.
Esta película excepcional escrita en trama metafórica y estrenada en pleno proceso militar (1981), hace reminiscencias constantes a la dictadura; Bengoa no puede hablar, porque una sola palabra lo condena a muerte. ¿Qué hace entonces? Se tapa la boca con cinta, porque le pusieron micrófonos en la casa, hace el amor con música a todo volumen, habla con lenguaje de señas…en conclusión, como en el proceso, el silencio es salud
Bengoa se niega aceptar un acuerdo extrajudicial y quiere exponer ante la justica lo que verdaderamente hacia la empresa: adquiría concesiones de minas sin riqueza alguna y contraía sendos préstamos y volcaba ese dinero en la bicicleta financiera; como rehén de este negocio, los pueblos contaminados por las explosiones y centenares de obreros muertos. En síntesis: un negocio especulativo que descansa sobre un inmenso cementerio, sobre una tierra de veneno y amargura.
El vasco cabeza dura de Bengoa logra ganar: la justicia ordena allanamientos y la intervención de las empresas; pero también, la persecución se acelera: le tiran desde un falcón verde un testigo del juicio, lo persiguen hasta que, como buen ciudadano, decide cortarse la lengua y de esta forma ser parte del l ejército de mudos que sobrevivió a la dictadura.
Como habrán notado hasta acá, los guiños con la dictadura son obvios: las multinacionales que usan al Estado para enriquecerse, una sociedad despolitizada, el silencio como sinónimo de salud. Hablar de silencio es también decir que las películas, música y libros que se publicaban en esos años, tenían que cumplir con un solo requisito: no decir nada, ser un simple pasatiempo bobo mientras se mataba y torturaba en el país.
Tiempo de revancha, escrita y dirigida por Adolfo Aristarain, fue estrenada en 1981 y significó un canto de libertad en medio de tanta represión. Al igual que las metáforas de los temas de Charly García, logró saltar la censura e instalarse como un faro de resistencia cultural.