Soy dulce pero mi coraza está bien trabajada
Me cuesta llorar en público, pedir ayuda..
Hay una ira que me explota en el pecho y la garganta
Hay una fuerza en mi cuerpo, tanta fuerza que me siento capaz de romper y quebrar lo que sea que interrumpa ésta ira
Soy inocente, sensible, no me cuesta pedir perdón, sé escuchar y comprender
Sí, podría hacer una lista de mis cualidades y virtudes
Pero ésta ira.. ¿Qué es? ¿En qué momento se metió en mi cuerpo?
Por un lado, me defiende.. me hace sentir viva
Por otro.. me marchita.. me agota el corazón
Bajo la ira hice muchas cosas.. Nada graves pero sí tristes.. Cosas que no vale la pena recordar
Lo que sí quiero recordar es el antídoto o mejor dicho, el calmante, la contención a ésta ira..
Abrazos. Comprobé en carne propia los desastres de la ira y la cura de un abrazo
Mi abuelo materno, quien me crió, me empujó al arte y me conoce más que nadie..
Mi abuelo jamás me dice lo que yo quiero escuchar
Me choca, me enfrenta, se burla de mi ira hasta que toda la podredumbre salga de mi cuerpo
Un día, mi abuelo me dijo, con lástima: “Jamás te vi llorar”
Palabras suficientes para que los ojos me duelan de tanto retener el llanto
Él me dejó sola un rato, con mi orgullo
Cuando volvió a buscarme, ambos llorabamos y nos hundimos en el abrazo más sanador
No sabia, no era consciente de cuánto necesitaba ese abrazo
“Llorar hace bien”, me dijo, “me alegra verte llorar porque te veo más humana”
A partir de ese momento, pido abrazos sin orgullo
Y cada vez que la ira invade mi cuerpo, mente y corazón, lloro con todas mis fuerzas
Hasta que mis ojos queden secos
Hasta que no me quede opción que reír con locura..
Llorar hasta sentir el cuerpo menos pesado, la mente más descansada y el corazón menos dañado..
– Micaela Fernández / Hija del Viento