Delgadez. Por María Margarita Pérez Vallejos

Delgadez. Por María Margarita Pérez Vallejos

Veredaprosa

Una moneda no resuelve la vida, pero podría, con suerte, quitar el hambre de un día; pagar por dormir por una noche o mandarse una volada de esas que hacen olvidar o crear un mundo irreal por unos cuantos minutos para volver a la realidad, empapados de angustia por la locura de una amnesia que llevó al Olimpo imaginado. Ese es otro cuento…

Veo por mis calles tantas mujeres, con otros acentos, pidiendo casi a gritos una moneda para ayudar a su hijito o que no tiene para comer ella misma y sí, ellas, no sé cuál sea el motivo porque hay cientos, lucen delgadas, flacas, que son casi visibles todos los huesos, como deslindes de una parte del cuerpo a otra. Quedan espacios para la desolación, esos que muchas veces se recorren con hambre o sin ella. ¡Hay tantos motivos! Visibles son los huesos de sus caras, pero invisibles para una sociedad indiferente que apura el paso con sus bolsos llenos de lo que sea.

Fui por mucho tiempo parte de ese mundo indiferente. Por mis compatriotas, pensaba: “que trabajen, son jóvenes, con una ayuda sólo se embriagarán y seguirán pidiendo”, pero ahora veo la diferencia, estas madres que piden en las calles de mi ciudad han venido de otra parte. ¿Qué cómo se les ocurre engendrar hijos así, en la hereje circunstancia de la vida? Bueno, mejor pienso en ese hijo que con suerte podrá ir al colegio, cortar el karma que lo tiene atado a sus venas y cambiar el futuro de su existencia. A veces me entran dudas porque antes se pedían guaguas prestadas para no hacer la fila del banco, para tener asiento en la movilización y para otras cosas, es decir, sacaban de apuros. Yo hoy no creo que una de estas mujeres, que llevan la belleza escondida por lo extremo de su delgadez, en la cara y en el cuerpo, tengan fuerzas para mentir así y exponer a sus hijos, dos o tres, a nuestro clima tan frío en un invierno que no se quiere ir. Que para nosotros es normal, que no nos daña, pero ellas vienen de países calientes y con hijos pequeños, difícilmente encontrarán un trabajo, toca y no queda otra cosa que salir a las calles a pedir con ellos. 

Ahora llevo suelto en uno de mis bolsillos para tener a mano cuando me pidan para que pueda paliar, junto a otras monedas, el hambre del día de un pequeño, dos o tres. La solución no es fácil y la realidad es latente y suma. Pienso un segundo ponerme en el zapato de una de estas mujeres y no aguanto ni pensando. Muchas no llevan ni zapatos.

No sé por qué escribo esto, pero pensando en esa frase, que mi moneda no soluciona una vida, pero podría, junto a otras posibles, hacer llevadero un día más y un día es importante entre tantos días. Y a la mujer con hijos pequeños, no dejo de escucharla hasta que doy vuelta en la esquina, pero en mis pensamientos no hay esquinas que pueda doblar.

2 comentarios en «Delgadez. Por María Margarita Pérez Vallejos»

  1. Si bien lo que voy a decir no habla directamente del tema puntual de la carta abierta, está muy emparentado. Hace unos años, tenía un programa de radio en el cual se debatía esto de dar dinero o no a quienes piden por la calle. Yo siempre estuve a favor, porque pensaba que si al menos le evitaba una golpiza al niño que pedía, estaba bien. Luego profundicé y me animé a preguntarles el nombre, a entablar una charla para demostrarles que me interesaba por ellos como personas, que me interesaba por su identidad. Y parece que ahí está la clave, valorizar su subjetividad. Tuve hermosas experiencias al respecto, experiencias simétricas en las que no sentí que “yo era la que daba desde arriba”, sino que nos relacionábamos como seres humanos.

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