Como sé que nada me pertenece,
como sé que mi composición se encuentra en todas las cosas,
sueltos los objetos que me aprisionan al poseerlos,
y así soy el sutil amo de todo lo que llega a mí,
así soy el rey que gobierna el aire que me acaricia,
y el agua que fluye a través de inmensas distancias
y atraviesa incontables rocas hasta lavar mis pies.
Como sé que todo sigue su curso,
no intento retener al viento por más de un instante,
una vez que ha llenado mis pulmones
y me ha entregado el aliento vital:
allí lo diviso en su transparente y móvil atuendo,
danzando entre las hojas o la hierba,
quizás ahora mismo esté recobrando vuelo,
y me alegra que regrese al cielo,
pues todos allí vamos,
pues todos allí volvemos,
pues todos de allí venimos,
desde más allá de las estrellas.
Como sé que todo fluye
—la observación me lo ha enseñado,
moviendo el velo con paciencia y tiempo—
veo el agua correr vertiginosamente
por cañadas y cascadas,
estallar en fugaces burbujas de aire,
y continuar a su paso incansable
hacia el río, el mar, el océano,
a un compás incesante que no haya silencio
y sin embargo lo provoca en mí,
y en su obstinado frenesí hallo la paz natural
que aquieta mis pensamientos oscilantes.
Mi semblante siente la calidez del sol
y sonríe con amor total,
mi caudal interior no se estanca
pues sabe instintivamente
que debe proseguir hasta lograr su fin,
y el clarín de mi corazón
canta su canción matinal.
Mis ropas aguardan en un tronco:
pues desnudo, bañándome en el río yazgo,
sólo por un ápice de tiempo,
pues al igual que ellos, el río y el tiempo,
yo tampoco permanezco siendo el mismo por largo rato,
sino que muto, envuelto en el constante cambio,
como una mariposa en su crisálida:
voy transformándome.
Las aguas evocan memorias ancestrales
y nuevas emociones se mueven por mi centro.
No hay motivo de lamento: el pasado fue lo que debió ser,
y así también este momento es perfecto,
como lo será en el futuro próximo o lejano,
sea lo que sea que traiga en su cambiante devenir.
Con existir, me basta, hasta que muera,
hasta que el último ciclo acabe,
hasta que la frecuencia se haga exponencialmente grave,
y logre el reposo del Om que brota del río y vuelve a él.
Luego vendrá el más allá y los otros planos
que advierto mas no conozco,
y los abrazaré con mi espíritu de fuego.
Conoceré lo que dura el tiempo,
sabré de la ubicuidad de los fantasmas,
habitaré todos los espacios, simultáneamente.
Te hablaré sutilmente, a través de la brisa,
y tú oirás mi risa en el trinar de aves matutinas,
en el crepitar de leños encendidos
en la densa noche estrellada,
en la persistente corriente del río,
en una roca rodando por las acequias,
en el zumbido de insectos deambulantes,
oirás mi risa en todo lo que está vivo
y en todo lo que muere para renacer,
en la frescura del alba y en la calidez del atardecer,
oirás mi voz tanto en el dolor como en el placer,
sentirás mi presencia tanto en la Nada como en el Ser.
Te hablaré evidentemente,
pues al igual que sé todo esto
que evoco y menciono,
sé que tú deseas oír mi voz,
voz que no es otra sino la del mismo Espíritu,
que cobra entidad y vida
a través de mi alma y mi cuerpo,
y se expresa por los labios
—secos y húmedos a la vez—
de este humilde mensajero.
Te hablaré rotundamente, y no dejaré lugar a dudas,
pues sé que tú buscas sin descanso ni pausa
una respuesta total en todo lo que existe
al gran enigma de la vida,
pues sé que tú indagas todos los asuntos,
y anhelas conocer la cualidad y la sustancia,
la Multiplicidad y la Unidad,
lo infinito y lo que perece,
lo que cambia y permanece;
pues sé que tú te esfuerzas cada día
por ser más sabio y más bueno,
y mereces el más pleno reconocimiento de tu alma,
para hallar la calma que tanto soñaste,
cuando todo era un desastre sin significado.
El símbolo último a ser develado
vive en todo lo que está a tu lado:
comienza por tu corazón,
luego ve hacia tu sombra,
hacia los Otros,
hacia el entorno,
hacia la Pachamama,
hacia la Naturaleza,
y encuentra la belleza
de hacer
tu propio
descubrimiento…
Agustín R. Iribarne.
De mi último libro en proceso “Sagrado Cantar”.