Padre ha muerto. Pero no así la imagen de su cenicero rebosante de colillas de cigarrillos negros 43/70. Allí estaba luego del almuerzo familiar y en las tardes de mates amargos y facturas, el cenicero dorado con la marca Cinzano estampada en uno de sus costados y expropiado de quién sabe qué bar. Luego de todo partido de Racing la colillas se duplicaban y también las alegrías y amarguras de mi padre.
Padre ha muerto pero otros ni nacieron y él sigue podando el frondoso y vegetal fondo de la casa ubicada en el sur del conurbano. Una vez se cayó de la escalera podando un árbol y se le generó un amplio moretón en la pierna. En esos paraísos yo quería ser Tarzán y entonces mi padre tomaba una simple madera y con la vitorinox heredada de su padre, el suizo, moldeaba una buena cuchilla. Ahí sí, yo me calzaba el taparrabos y subía al árbol. Era el Rey de los Monos.
Padre ha muerto pero sus mobiliarios no han sido denigrados en la casa que habitaba la familia. Su escritorio personal fue dejado en desuso hasta que fue otorgado en propiedad a una de sus nietas. Nada se sabe del sillón en el cual, luego del almuerzo, roncando, celebraba su siesta. Tal vez, se lo ha llevado.
Padre ha muerto pero no el limonero plantado por él mismo en el fondo de esa casa que habitó durante sesenta años. Allí descansan, al pie del tronco, sus cenizas. El árbol está rubicundo y da una gran cantidad de limones, especialmente cuando llovizna. Son amarillos como el sol.
Padre ha muerto. No sé dónde estará. Dicen que falleció en una clínica de Banfield.
Padre ha muerto. Una amplia puerta corrediza de la casa que habitaba con su familia se abre y Madre y Hermana sollozan, se tapan el rostro y tenemos algo para decirte. La puerta comunica al ante baño con el comedor con mesa meritoria.
Tenemos algo que decirte.
¿Qué cosa?, pregunto desde la cabecera que Padre ocupaba todos los días en forma indiscutible. Ese era su lugar. Osé, ese día ocupar ese espacio, fumando un cigarrillo.
Te tenemos que contar algo.
Padre ha muerto.
La puerta se abre por completo y Padre viene a mi posición en la cabecera de la mesa, con su habitual amplia y seductora sonrisa. Se sienta a mi lado. Me mira y sigue sonriendo.
¿Qué hacés pelotudo? Avisá cuando te vayas a algún lado. ¿Entendés? Le digo.
Se acerca y el abrazo es amplio, fuerte, rubicundo. La sonrisa permanece.
Ya sabía que habías muerto pero tené la delicadeza de avisar. No seas boludo, nos asustamos. Traje Cinzano para beber con soda como el domingo de la semana pasada.
Y la sonrisa y el abrazo. El silencio.
La cabecera de la mesa.
Desconozco el lenguaje de los muertos.
Jorge Hardmeier, escritor, dibujante, arquitecto, guionista. Publicó los libros de cuentos “Sobrespejos” (1998), “Animales íntimos” (2002) y “Arquitectura antigua” (2011); los de divulgación “Artaud para principiantes” (1998) y “Poe para principiantes” (1999); el poemario “Juguetes antiguos” (2015); “16 entrevistas a escritores” (2015), “Miguel Ángel Bustos, biografía de un poeta militante” (2018), “Entrevista a la música argentina” (2020), “Perfiles Vernáculos. Diálogos” (2020) -una serie de entrevistas a personalidades de la cultura argentina-; Variaciones Di Benedetto (2023). Fue secretario de redacción de la revista “El Anartista”, incursionó en la dramaturgia y en la radio, colabora con sus notas y entrevistas en diversos medios.