Buda, Frank Underwood y Bernardo Stamateas coinciden al menos en una idea. “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”, dijo Siddhartha Gautama (Buda) en el siglo IV a.C. “Hay dos clases de dolor: el dolor que te hace fuerte y el dolor que es solo sufrimiento”, dijo el año pasado el endemoniado presidente de Estados Unidos, protagonista de la serie House Of Cards. “No podemos evitar el dolor, pero sí podemos elegir si vamos a sufrir o no”, sintetiza en su más reciente libro el escritor argentino, y agrega: “Si estás sufriendo ahora mismo, aceptá el dolor y permitite ser transformado por él. Buscá la manera de saber qué vino a enseñarte.
El dolor habla. Y toda situación negativa esconde una lección. Si nos negamos a aprenderla, la vida volverá a ponernos frente a las mismas circunstancias”.
Bernardo Stamateas (Buenos Aires, 1965) eligió el dolor como tema para su libro número 46, Dolor que fortalece. Cómo transformar los momentos difíciles en crecimiento. Siempre desde la inteligencia emocional, repasa distintos tipos de duelo: desde la muerte de un hijo hasta una separación de pareja, pasando por el acompañamiento a enfermos terminales. Doctor en Psicología, sexólogo clínico y Licenciado en Teología, Stamateas organiza muy bien su tiempo: le alcanza para escribir best sellers (Gente tóxica, Nudos mentales, Calma emocional, Fracasos exitosos…), ser pastor evangélico bautista del Ministerio Presencia de Dios, columnista en medios de comunicación, conferencista (recorrió más de cincuenta países con sus charlas) y llevar adelante su consultorio privado. Además, responde gratis todas las consultas que le llegan a stamateas.com, unas cien por día. “Las respuestas son orientativas. Por ejemplo, si alguien me escribe por ataques de pánico, le recomiendo ir al Hospital de Clínicas o al Piñero y buscar una terapia cognitiva, lo más recomendable para trastornos de ansiedad”.
–¿Cómo se hace para llevar escritos 46 libros en medio de tanta actividad?
Dejé de contarlos… ¿46 libros ya? Tengo libros que me senté a escribir especialmente y otros que son desgrabaciones de mis charlas. Y doy charlas permanentemente desde que me recibí, a los 22 años, en 1989. Me voy organizando por temas de interés. Empiezo con un tema que me apasiona o que surge a través de las consultas, más lo que leo, más el proceso de investigación… y así hace treinta años. Cuando hice No me maltrates tenía una columna en el noticiero de Canal 26, me llegaron quinientos e-mails sobre maltrato verbal, me puse a investigar y de ahí salió el libro. Para Dolor que fortalece todo empezó con una charla que di en Corrientes para 1200 personas que habían perdido familiares. Yo ya tenía material sobre duelos, porque había atendido muchísimos pacientes con esa problemática, pero eso fue el disparador para enfocarme y empezar con la investigación.
–¿Qué sabe de su público lector?
Tienen entre 30 y 60 años, predominan mujeres, pero en estos últimos años se produjo un aumento de varones y también de adolescentes, sospecho que fue porque hice una gira por varias provincias con charlas para chicos de colegios secundarios sobre autoestima, miedos… Y gente de todas las profesiones. La gente del mundo empresarial, por ejemplo, me empezó a seguir cuando escribí sobre liderazgo: sé que Quiero un cambio y Fracasos exitosos fueron leídos por muchos CEO. Mis lectores valoran la sencillez –que no es lo mismo que superficialidad–, el enfoque práctico: cómo resuelvo mi miedo, cómo me llevo mejor con los demás, cómo mejoro mi autoestima… Yo camino dentro de la inteligencia emocional, que es la suma de dos inteligencias: la personal (conocerse a sí mismo, fortalezas y debilidades) y la interpersonal (llevarse bien con el otro).
–También tendrá que sortear prejuicios propios de la literatura de autoayuda, ¿no?
Autoayuda es un género muy amplio en el que hay de todo: cualquier libro que no se sabe bien qué es va a parar al estante de autoayuda. Tenemos desde el libro “Amate, querete, cuidate, abrazá un árbol, respirá profundo y sé feliz” hasta el que tiene más contenido y fundamentación científica, pero hecho de manera popular. Los estadounidenses tienen unos catálogos donde puntúan todos los libros de autoayuda entre una y cinco estrellas, dependiendo de la fundamentación científica que tengan. Allá redefinieron el concepto de autoayuda y hablan de crecimiento personal. La autoayuda es un género popular, y cuando se escribe para un público masivo hay que comunicar la teoría de manera sencilla y práctica. Si quiero escribir un tratado científico, un libro sobre procesos de duelo para mis colegas, voy a escribir otra cosa. Si quiero escribir para la señora, para el tipo que perdió, se separó, y que no queden varados, tengo que hacerlo con sencillez.
–¿Hasta dónde puede ser útil un libro de autoayuda o crecimiento personal?
Ningún libro le cambia la vida a nadie. El libro no es una varita mágica ni reemplaza la terapia, pero sí intenta ser una herramienta para repensar. La introspección, la capacidad de mirar para adentro, es un signo de salud mental, porque hoy mucha gente pisa el acelerador y huye para adelante, sin reflexión. Si alguien puede recibir una información que lo deje pensando, haciéndose nuevas preguntas que inicien un cambio, bueno, ya entonces el libro aportó algo.
–¿Se conectan la autoayuda y las enseñanzas espirituales?
Las distintas disciplinas analizan la conducta humana y buscan soluciones. Tenemos una melodía que está en el inconsciente colectivo y después tenemos las variaciones de esa misma melodía, que serían las disciplinas. Cuando uno estudia las distintas variaciones, encuentra puntos de común unión que se entrecruzan y remiten a una melodía original. El mindfulness que ahora se utiliza como técnica en psicoterapia tiene un aspecto importante de la meditación budista, pero desprovisto del marco espiritual o religioso.
–¿Cuáles son los peores dolores?
Todos los dolores son intensos, pero el peor es la pérdida de un hijo. Algo que aprendí coordinando grupos de padres que estaban atravesando ese duelo, es que, aunque el punto de identificación era único, la misma pérdida, entre ellos mismos se decían: “Pero vos no sabés lo que yo siento”. Cada duelo es único, cada proceso es único y va a depender de varios factores: no es lo mismo perder a un padre de 90 años que perder a un hijo; no es lo mismo perder a alguien estando solo que estando en pareja con hijos; no es lo mismo perder a un ser querido después de una enfermedad terminal, cuando se pudo hacer el duelo previo, que perderlo en un accidente. El saco es a medida.
–¿Cómo diferenciar dolor de sufrimiento?
Duelo limpio y duelo sucio es otra forma de clasificarlos. El aceptar la pérdida o no, un combate entre dos partes. El dolor es normal, universal, un camino inevitable. No se supera, sino que se transforma y nos transforma. Tampoco es un problema que resolver ni una enfermedad a curar. No se trata de encontrar un porqué ni de ser fuerte. Cada duelo es muy personal, los tiempos, las emociones… Como el dolor es sagrado, hay que transitarlo de manera limpia, permitiéndose todas las emociones. El sufrimiento, desde el punto de vista psicológico, es lo no dicho, lo que también llamamos en Psicología las “declaraciones emocionales importantes”, lo que quedó guardado y no fue transformado: uno pierde un ser querido de manera rápida como en un accidente, no se pudo despedir, no se pudo perdonar. Ahí vienen el castigo, el autorreproche, la impotencia, la culpa del sobreviviente: “por qué hice esto”, “por qué no hice aquello”, la angustia y la incapacidad de despedirse, de verbalizar, de relacionarse en el mundo psicosocial. Esos son los elementos de un duelo atascado. Y eso es el sufrimiento, el dolor opcional, el mal manejo del dolor.
–¿Cómo deshacerse del sufrimiento o duelo sucio?
Con terapia de duelo. Mediante una serie de ejercicios, ayudamos a la persona a hacer esas declaraciones emocionales, a poner en palabras lo no dicho, y es algo que trae alivio y una mejora importante.
–¿Y adónde nos conduce el duelo limpio?
El dolor es un buen consejero. Nos despierta a lo importante, a lo prioritario. Antes se pensaba que uno atravesaba el trauma y listo, superado, pero se descubrió que el proceso de resiliencia –la habilidad para resistir situaciones traumáticas y recuperarse– trae crecimiento. El dolor en sí no nos redime, no nos purifica ni nos hace mejores personas, pero podemos darle un sentido, una utilidad. Eso es lo que hace la gran mayoría de la gente que ha perdido hijos en accidentes de tránsito, por ejemplo, que arman fundaciones, ayudan a otros que pasaron por lo mismo.
–También remarca la diferencia entre aceptación y resignación.
No es lo mismo perder un trabajo, aceptarlo y hacer algo para mejorar la situación que perderlo y no hacer nada al respecto. Con la aceptación saldo el tema, sea porque encontré una solución o porque hice mi máximo esfuerzo. Entonces viene el crecimiento postraumático. En cambio, la resignación es la sensación de impotencia, tirar la toalla y abandonarse, dando lugar al dolor crónico, un malestar que parece no tener fin y que produce un desgaste emocional que puede llegar a lesionar un órgano específico del cuerpo.
–Hablemos de nuestro país: “Los trastornos más frecuentes hoy en la Argentina son los de ansiedad. ¿Qué es la ansiedad?
Preocupación por el día de mañana, por lo que pasará en el futuro. Y, cuando una persona está preocupada por su mañana, se enferma”, escribe en su libro. También somos seres culturales, influenciables, y la cultura es un gran bazar de ideas, algunas muy buenas y otras que son una porquería, ideas tóxicas que uno tiene que detectar. A mi entender, la cultura tiene tres grandes venenos: el consumismo (que es juntar “juguetes”), el hedonismo (vivir el placer sin pensar en el mañana) y el individualismo (rompimiento de lazos sociales). Los trastornos de ansiedad (obsesiones, fobias,ataques de pánico, estrés postraumático) están basados en el consumismo, el hedonismo, la superficialidad, el correr hacia adelante, entonces eso provoca un aumento de preocupación, de estrés. La cultura construye conflictos y enfermedades, por eso es raro ver un ataque de pánico en un pueblito, porque se da en las grandes ciudades. En la Argentina tenemos cosas muy buenas y cosas de adolescentes como la omnipotencia, el cortarse solos porque “yo todo lo puedo”… Recorrí el país siete veces, pronto serán ocho, y vengo observando una baja de la tolerancia a la frustración, lo que trae aumento de violencia. La gran preocupación es que hay maltrato verbal, sexual, económico, poca tolerancia… Desde el punto de vista psicológico, la agresión es la angustia que no se puede expresar. Detrás de un agresivo hay alguien angustiado.
Bernardo Stamateas es Dr. en Psicología. Sexólogo Clínico. Lic. Teología. Escritor. Conferencista Internacional.
Fuente: Yenny El Ateneo