La tormenta perfecta. Por Rocío Livingstone

La tormenta perfecta. Por Rocío Livingstone

Cuenta la historia que esto sucedió en alta mar.

Erase un enorme barco, lujoso, de nombre Felicidad, lleno de celebridades, excentricidades, bellezas y más. Y, aunque para el caso es lo mismo, cuantos más atributos tenga la nave, más estrepitoso suena un accidente.

El nombre del capitán era Amor, ya era viejo. No era precisamente muy respetado por sus buenos dotes de marinero, porque se lo culpaba de muchos daños en todas las nave que había comandado, chocándolas, o dejándolas muy dañadas. Pero, sin embargo, era el Capitán más deseado para dirigir todas las naves.

En ésta ocasión, en su tripulación, estaban, entre otros, los marineros Voluntad y Fe. Juntos, habían conformado un excelente equipo. Todo el barco estaba a gusto con ellos, incluso los demás tripulantes como Miedo, Risa, Serenidad, Caridad, Egoísmo, Ira, y muchos más.

Amor ordenaba, y los demás obedecían, no importaba cual era el rumbo, porque todos sabían que el Capitán Amor nunca se equivoca, y si se equivoca, tiene que salir bien, porque simplemente la comanda Amor. Podrá demorar más, ir más despacio, o por momentos con más ansiedad, podrá equivocarse, a todos nos pasa. Pero, curiosamente, nunca nadie se atrevió, ni siquiera a dudar si el rumbo sería indicado. Tal vez será que, a pesar de todas sus torpezas, nunca hundió una nave.

Todo iba muy bien, ningún percance, cada marinero en su función, así todo funciona como debe ser. Así durante el largo viaje.

Pero a todo barco le precede una tormenta, es ley, a ninguno se le escapa, y alguna vez les tenía que tocar.

Cruzando un cálido mar tropical, fue donde se cruzaron con una enorme tormenta, olas del tamaño de un edificio los sacudía de acá para allá. En cada ola Amor timoneaba con fuerza enfrentándolas mientras Fe y Voluntad, en el cuarto de máquinas, daban todo de sí para que el barco suba esas olas, una a una, con enorme esfuerzo.

Pero a veces, por más esfuerzo que se haga, la tormenta puede sobrepasar el trabajo de Fe, de Voluntad, la capacidad de Amor en el timón, y la tenacidad de la nave.

Y así fue, el mar estaba tan embravecido que el barco simplemente no pudo, las olas lo hicieron chocar contra un arrecife, con un gran agujero a un costado, que asustaba a todos. Miedo, sin pensar, como siempre, hizo sonar las alarmas, soltando las balsas, Egoísmo fue el primero en comenzar el plan de evacuación, asegurándose una balsa para él primero, y así, en menos de lo que tarda un pestañeo, todos estaban listos. La evacuación comenzaba. La nave se va a pique, al fondo del mar.

Pero todos se quedaron pasmados ante la pasividad de Amor, que no parecía inmutarse, mirándose entre ellos, se dieron cuenta de que si Amor abandonaba la nave, no habría salvación, por más dañada que pudiese estar, este capitán no planeaba abandonarla. Se dieron cuenta de que, si Él la abandona, todos los marineros la abandonarían también.

Puede ser que alguno haya hecho caso del estupor que causaron Miedo y Egoísmo y haya abandonado la Felicidad.

Pero mientras Amor la siga pilotenado, mientras Fe y Voluntad sigan en el cuarto de máquinas, La Felicidad va a seguir a flote, por más fea que sea la tormenta.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *