El sol de las cinco alarga las sombras de los árboles sobre una calle de Hurligham.
Lucía corre a Juana que trata de escaparse viboreando alrededor de un poste hasta que finalmente la alcanza y le toca la espalda.
—¡Mancha!
Entre risas, Juana se detiene a descansar contra una pared.
—Pará…, juguemos a otra cosa…, juguemos al “En la calle veinticuatro”, ¿dale?
Lucía se para delante de Juana.
—En la ca-llevein… —comienza a cantar Lucía.
—¡Esperá, Lu, las dos juntas! —protesta Juana.
Entonces cantan las dos.
—En la ca-llevein-ti cua-tro…
Las palmas de las chicas chocan al ritmo de la canción.
—… se ha cometi-do un ase-si-na-to, una vieja matunga-to…
Las chicas se esfuerzan por no equivocarse a medida que la canción y las palmas se aceleran.
—…con la pun-ta del za-pa-to, pobre vie-ja…
Un muchacho que pasa por la vereda se contagia de las risas cuando Lucía se equivoca y sus manos quedan flotando en el aire.
—Dale, otra vez —reclama Lucía.
De nuevo se ubican frente a frente y repiten la canción mientras el muchacho se aleja sonriendo.
—En la ca-llevein-ti cua-tro, se ha cometi-do un ase-si-na-to, una vieja matunga-to, con la pun-ta…
Un Falcon irrumpe por la calle a toda velocidad y frena violentamente al lado del muchacho que duda unos instantes y se vuelve corriendo hacia donde están las chicas.
Lucía toma a Juana del brazo y la arrastra para atrás. Él pasa rápido junto a ellas, pero se paraliza cuando un segundo auto lo intercepta. Las puertas se abren y bajan dos hombres armados que lo arrastran sin que se resista. Antes de que lo metan en el coche, Lucía alcanza a cruzar una mirada con el muchacho. Una mirada de súplica.
Lucía toma a Juana de la mano y salen corriendo asustadas.