Juan Botana en Literato

Juan Botana en Literato

El escritor Juan Botana estuvo en Literato hablando de literatura y de sus libros “Recovecos”, “Toda la voz de América en mi piel”, “Amores truncos” y “Sin ojos que los miren”, junto a Ana María Figueira, Silvia Miraldo, Martha Miranda Gómez y Ana María Mulier. Donde leyó sus poemas “Volver a Marx”, “Muerte a crecer” y “También”. Y quedó pendiente su crónica “La loca del chango” para la próxima vez.

Volver a Marx

Siempre tendré la poesía como excusa.

Tendré las flores más rojas. Un recuerdo vivo.

Tendré al hombre y no a Dios.

Los muelles en la arena de la isla de Cuba.

Las torres del Paine.

Otra chica abusada llorando en la ciudad.

Siempre habrá un nuevo facho restringiendo accesos

y otra selva en llamas.

Bonistas que compran y venden nuestras ganas.

Pueblos rotos por el hambre y la pobreza estructural.

Puedo decirles a otros, aunque yo no lo crea.

Que hasta el día más triste se termina a las doce.

Que hace 170 años lo advirtió Karl Marx.

Que su diagnóstico aplica también para Latinoamérica.

Siempre me quedará Martí y odiar las fronteras,

la infancia en peligro,

las injusticias, la deuda externa, la explotación.

La Plaza de Mayo, la libertad y esa igualdad que no llega.

El amor para siempre y el sueño de revolución.

Todo eso de lo que yo debería escribir en mis poemas.

Si no te vas.

(reversión del poema opción B de Benjamín Prado)

Muerte a crecer

El mar teje el tiempo dorado por el sol o las olas,

envolviendo azules en la orilla de playa.

Una niña jugaba

en el círculo de espuma que se abría

en dos.

Es el viento o la bruma que agitan

sus sueños de olas gigantescas,

de castillos de arena que vienen de Asia.

Un balde y una pala hacían de anzuelo.

Y el cielo o se esconde o se divierte.

Vertical, como el padre que estaba.

Y eso que está un poco encorvado,

sufre de mareos

y hasta peina canas.

Y no quiere crecer. Y moriría por eso.

¡Si no como se explica una hija tan linda!

Cómo le gustaría congelar el tiempo,

y hundirse de una con ella en la playa.

Detener el cielo.

Acercar el oído a un caracol y el caracol al agua.

Y escuchar océanos,

enjambres de peces,

ballenas gigantes

y por qué no canguros

y hasta incluso jirafas.

Como cuando éramos chicos y nos conformábamos con poco. O imaginábamos todo.

Cuando un pozo de playa nos llevaba hasta Australia.

También

No tenemos nada en común

sino el camino

un tronco de árbol

el suicidio de las flores en invierno

el mar azulverde

las nubes.

Mirarnos a los ojos

también.

No tenemos nada en común

sino el camino

pinotea

el run run de los sueños por las noches

las azaleas que entran por las ventanas con el sol

y un amor.

Y un dolor cenizo

también.

No tenemos nada en común

sino el camino

papeles insumisos

un beso guardado en las escaleras de madera de San Telmo

bajando al mismo tiempo

y un farol abril que titila.

Diciembre en los finales

también.

La loca del chango

De verla continuamente en las calles de Alsina con la mirada perdida empujar el chango, con su frazada marrón como vestido y su figura flaca y desgarbada de modelo mendiga y detener el tránsito. Provocando a tanto policía. Cuando se quitaba la ropa en las esquinas y mostraba su encanto. Y tal vez por eso desapareció un día. Y después el rumor del embarazo.

Pasaron dos años.

Solía caminar la calle Taxot, de Tuyutí a la Avenida. De su pasado no había rastro. Parece que ella era de La Perla, Temperley, y no de Valentín Alsina, y vivía con su tía, que la había abandonado. O se escapó. Al hospital a recibir violencia obstétrica.

Seguro la culparon por los golpes en la cara y en los brazos. En los muslos. Por haber tomado alguna que otra pastilla y por sus dieciséis años. Por la mirada perdida. Por estar acompañada por un policía todo el tiempo y por el chango.

Apenas saber sin seguridad lo que me dijo un cronista que estaba investigando el caso. “Qué por ahí, por la calle Tuyutí había regresado”.

Y su silueta desgarbada con frazada marrón volvía a romper la lógica de tantos autos. Porque ya no miraba a nadie, ni esperaba ser mirada y lo único que quería era empujar el chango. Lavar la mamadera del bebé, aceptar lo que le daban, doblar la mantilla con cuidado y cuidar su espacio en la vereda por si acaso.

Ya no quería caminar ni provocar a tanto policía ni mostrar sus atributos ni cortar el tránsito. Quería que a diferencia de ella, el niño no llorara tanto.

Por eso le prometió que lo llevaría a la placita de enfrente cuando cumpliera los dos años. Había que cruzar la rotonda por la calle Taxot hacia Remedios de Escalda de San Martín, pero el miedo la tenía titubeando. Pero se armó de valor y cruzó. Tal vez atraída por el cartel que decía: “Los únicos privilegiados son los niños”, de la plaza. Y se lanzó a la aventura de cruzar la calle con el niño en brazos.

A la loca del chango se le cayeron las cosas por cruzar tan rápido. Tanta porquería de las que fue juntando. Y entonces se le cae la caja de un muñeco que se había robado. Un bebé hermoso todo blanco. Y se le caen también un trapo sucio, unas escarapelas, un sachet de leche, un autito roto y unas botellas de vidrio que se rompen a pedazos.

Iban a jugar en la hamaca, en la calesita, en el sube y baja, en el tobogán. En todos los juegos. Iban a pedir sándwiches de miga en la panadería de enfrente, y se iban a reír los dos, comiéndolos en el pasto.

Eran las tres de la mañana cuando cruzó con el chango porque había menos autos. No había cumplido el niño todavía los dos años.

Pero se adelantó.

Tal vez porque los padres queremos lo mejor para nuestros hijos y lo mejor estaba cruzando los autos. Las luces encendían la plaza más que de costumbre. Las estrellas brillaban como rayos. La panadería a esa hora estaba cerrada y no iban a comer sándwiches de miga, los dos, en el pasto. Un agente de policía que estaba de guardia escuchó el ruido a vidrios rotos y por supuesto paró el tránsito.

Es que la plaza estaba tan linda, los juegos, las hamacas, la calesita, el sube y baja, el tobogán, el pasto. Eso decía cuando la atraparon. Esquivando el ojo abusador del policía que la había violado. Del que la había violado, no. Del que la llevó al hospital por pedido de su tía que vivía en La Perla y que a su modo se hizo cargo.

Por entonces, cerca de los tres meses la loca del chango perdió el embarazo.

Las hemorragias eran fuertes, los dolores, las contracciones que no había, el llanto. Después fue internada en el hospital para hacerse un raspaje y ser atendida. Y después terminó en la casa de su tía, que nunca quiso mantenerla cuando se murió su madre y otra vez se le escapó.

Y otra vez se fue tan lejos. Y una vez más del Chino casi esquina Tuyutí, en Valentín Alsina, robó el chango. Y otra vez la llevó hasta allí el compañero del policía que abusó de ella, vecino del barrio. Que sabía perfectamente lo que había pasado. Si incluso fue él quien le pidió a los dueños del supermercado de la vuelta que no la denunciaran, que él mismo le pagaría el chango y la leche que llevó. Y alguna otra cosa que se hubiera robado.

Lo de la mantilla para el bebé, la mamadera, la ropa sucia, la frazada, eran donaciones de los vecinos o cosas que encontraba a diario. Se las dejaban en el umbral de una casa abandonada, sin que nadie se acercara demasiado. Excepto el policía que la abusó, que creyó ver mientras dormía con el bebé. Por eso cruzó apurada a las tres de la mañana con el chango. Y se cayeron las botellas de vidrio que la adelantaron.

Había una denuncia en su contra por el robo de un muñeco en una juguetería. Cuando le preguntó el policía qué tenía en el chango. Casi ni contestó. Congelada para la foto del cronista que investigaba el caso. Y entregó el muñeco como si devolviera un juguete perdido. Apenas si lo despidió con un beso y le puso la mamadera llena de leche para que no tuviera hambre entre los brazos.

Tampoco lloró.

Y a pesar que el policía que la detuvo y que conocía, la miró con ternura. Cuando le remarcó varias veces que la estaba ayudando. Sabiendo lo que venía después, se tapó el cuerpo con la frazada marrón, porque le estaba mirando los pechos demasiado.

“Juan Botana en Literato”