Discursos en tiempos de odio. Por Patricia Nigro

Discursos en tiempos de odio. Por Patricia Nigro

Hubo un tiempo que fui hermoso
Y fui libre de verdad
Guardaba todos mis sueños
En castillos de cristal
Poco a poco fui creciendo
Y mis fábulas de amor
Se fueron desvaneciendo
Como pompas de jabón
“Canción para mi muerte ”, Sui Generis

A veces pareciera que el odio, las posiciones ideológicas o emocionales extremas, las agresiones verbales son creación de este tiempo.

En verdad, existieron siempre. Cualquiera que revise textos del Antiguo Testamento comprobará cómo se le pide a Yavé que destruya a los enemigos. Si se lee la literatura griega y latina, la sátira y la calumnia estaban a la orden del día y causaban muchas veces la desgracia de las víctimas (hoy usaríamos “cancelación”, sin embargo, allí había también penas de muerte disfrazadas de suicidios). La Edad Media y el Renacimiento, ambas épocas, son ejemplo de esto. Lutero inicia su reforma dentro del cristianismo clavando en la puerta de una iglesia un texto con sus proposiciones, la Inquisición quemaba libros y personas, ante cualquier calumnia… Y podría continuar, pero vuelva este tiempo en que nos tocó vivir.

Con el advenimiento de las redes sociodigitales, la facilidad y rapidez de transmisión de los mensajes aumentó de manera inimaginable para nuestros padres y abuelos (Jenkins y otros llaman a este fenómeno spreadable media: medios que dispersan, reparten, diseminan la información). Creo que es más preciso decir diseminar que viralizar, porque viralizar es una palabra que viene del latín “virus” y significa veneno. Y no todo lo que se disemina es venenoso. Hay mucho bien en el mundo. Sucede que no tiene tanta buena prensa, como lo otro.

Para definir discurso de odio, me remontaré a 2016 cuando suceden tres hechos históricos clave: el NO a la paz en Colombia, el “Brexit” en Gran Bretaña y el triunfo de la derecha trumpista en EEUU.

De allí, se diseminó un vocabulario que afectó a la vida política pero también a casi todos los ámbitos. Posverdad, noticias falsas o bulos (como las llaman en España), viralización, desinformación (mejor que noticias falsas), discurso de odio, discurso de los extremos y la enumeración sigue…

La ONU define al discurso de odio como: “cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita, –o también comportamiento–, que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascenden-
cia, género u otras formas de identidad”.

Ahora, lo define como un ataque verbal a las minorías, por ejemplo, los migrantes en Europa. Pero pienso que no alcanza a abarcar la magnitud del problema. Porque el discurso de odio puede ser un ataque violento a una persona sola, a una idea de una persona, a una opinión de una persona. Lo mismo para los grupos.

Allí se agudiza la cuestión si le sumamos la fuerza del tribalismo que padecemos. Esta
situación se ve en todos los ámbitos. Cuando el discurso de odio aumenta su fuerza negativa, se lo llama discurso de los extremos (no importa si la ideología es de izquierda o de derecha), y citaré mi propia definición surgida de una investigación de 2022: un conjunto de mensajes que proviene de posiciones en espacios polarizados. Se trata de un discurso fuertemente dirigido al otro/otra, en cuanto adversario/a o enemigo/a, que no concede ni dialoga. Proviene, usualmente, de un o una líder carismático/a y se basa en la emocionalidad y en los sesgos cognitivos. Asimismo, deja de lado el diálogo con quien piensa distinto y solo pretende enardecer a sus seguidores y seguidoras y confirmar sus teorías, muchas veces, conspirativas. El discurso de los extremos surge en el clima de pola-
rización que se extiende por Occidente.

Por otra parte, tenemos la aparición del “lenguaje políticamente correcto” (muy empleado en EEUU) y que muchas veces corre el riesgo de caer en el absurdo por el uso excesivo de eufemismos. Cuando a las personas sordas se las quiso llamar “no oyentes”, se generó un revuelo, es decir, no les gustó nada. Umberto Eco decía, en un artículo de 2007, que hay que llamar a la gente como quiere ser llamada.

Hace unos años aparece el “lenguaje inclusivo”. Todavía en formación y buscando las formas más adecuadas para visibilizar a todas las personas con respeto a su dignidad. Lamentablemente, mucha gente vio en este lenguaje una cuestión ideológica y malinterpretó su buena intención. (También hay apasionados y apasionadas que quieren imponerlo por la fuerza, lo que para mí es un error de perspectiva). Al idioma hay que esperarlo. Tiene una evolución constante y cambia lentamente. Hoy se puede afirmar, qué increíble, que hay discurso de odio contra quienes usan las variadas formas de lengua-
je inclusivo o contra quienes no desean usarlas todavía.

Soy una persona de esperanza y sé, como lingüista, que el idioma cambia permanentemente y que se llegará a una estabilidad que contente a los casi 600 millones de hispanohablantes de este mundo (ni los españoles y españolas peninsulares ni los argentinos/as tan centrípedos podrán obligar a que el cambio se produzca de un día
para el otro). Lo usamos de la manera que nos parece más pertinente y vamos observando su evolución, que siempre llega a buen puerto (perdón por la frase hecha) el lenguaje, porque es el pueblo el que lo crea y lo modifica y lo fija, cuando le parece bien.

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